Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca del "Hamlet", de Kenneth Branagh, podéis hacerlo aquí. El podcast está teniendo récord de descargas, así que algo bueno tendrá.
Jorge quiere huir.
Quiere estar lejos de sus fórmulas, de sus estudios interminables sobre la
teoría de la relatividad y sobre las bombas atómicas. Desea mezclarse con la
gente sencilla, gente de a pie porque ya hace demasiado tiempo que dejó de verla.
Gente que se levanta cada mañana para ir a trabajar, para lavar la ropa, que se
alegra porque se acerca una fiesta, que llora porque el enamorado o la
enamorada se va, que juega al ajedrez por teléfono, que se ilusiona por la
llegada de una carta, que vive en el paraíso y no se da cuenta. No es fácil de
encontrar un lugar así en la Tierra. Más que nada porque Jorge no está
demasiado seguro de haber contribuido a que sea un lugar mejor para vivir, a
que la Humanidad haya encontrado un nuevo camino. No, no está muy seguro y eso
es bastante insoportable. Porque lo mismo puede ser así que todo lo contrario.
Puede haber hecho del mundo un lugar más invivible, más inhóspito, más
inseguro. Jorge añora aquellos años de escuela, de pupitre viejo y tinta seca,
de olor a cansado y de tiza deshecha. Quiere volver a dibujar en su rostro la
sonrisa de niño travieso. Quiere ser sencillamente feliz. Y, lo que es más
importante, quiere que los demás lo sean.
Por supuesto, Jorge
encuentra ese lugar en Calabuch, un pueblecito de la costa mediterránea que aún
exhibe sus barcas de pesca varadas en la playa y donde hay tiempo más que de
sobra para pintar como es debido el nombre de una de ellas. Entre medias, los
moros y cristianos están por ahí, ensayando para las fiestas y hasta va a venir
un torerillo de esos que siempre faena con el mismo animal, mitad en la arena,
mitad en el agua. Gracia y salero…todo patético y, en el fondo, muy gracioso.
Jorge mira y disfruta porque, en el fondo, ese espectáculo sin nada dentro es
una maravillosa apoteosis de la vida. El torero habla con su toro y es hora de
los fuegos artificiales. Y ya es hora de ganar a los de Guardamar, que siempre
vienen con los mejores cohetes. Es el momento de Jorge. Es hora de hacer que el
cielo se ilumine y la tierra brille con las sonrisas de esos convecinos tan
buenos, tan sinceros, tan personas…personas…sí, quizá sea ése el paisaje con el
que sueña Jorge.
Luis García Berlanga
dirigió con un enorme cariño un reparto encabezado por estrellas del calibre de
Edmund Gwenn, Valentina Cortese y Franco Fabrizzi mientras, por otro lado, no
se olvidó de otros maravillosos actores, tan entrañables como la misma
película, como José Isbert, José Luis Ozores, Francisco Bernal, Manuel
Aleixandre y, por encima de todos, Félix Fernández y el genial Juan Calvo. Todo
un muestrario de buenas personas inspirando buenos sentimientos con Peñíscola
al fondo. Para mí, en cualquier caso, siempre se llamará Calabuch.
2 comentarios:
Esta película es de esas con las que lloras mientras sonríes. Es dificil conjugar sensibilidad con buen humor, y de hecho las risas son un poco esperpénticas, pero Berlanga logra evitar casi siempre la bufondada, sirviéndose sobre todo de esa cara de buena gente que pone todo el tiempo el grandísimo Edmund Gwenn.
Y luego está la crítica subyacente, no sólo por el antimilitarismo, sino porque es un pueblo en cierta manera anárquico, algo surrealista incluso, donde el poder sólo parece estar pero no decidir...
Otra peli de mi infancia que se me quedó para siempre.
Gran post.
Abrazos desde el faro.
También es una e las películas de mi infancia. Me la recomendó mi padre hace muchos, muchos años y, desde entonces, siempre ha ocupado un lugar en mi corazón. Berlanga decía que era una película que había dirigido fatal, que no le gustaba nada el resultado final, y además, reconocía que era un poco porque, en ese momento, se creía el amo del cotarro y que creía que cualquier cosa que hiciera, la hacía bien. Yo, por supuesto, no estoy de acuerdo. Me parece enormemente tierna, sensible, llena de buen humor (como tú dices, la gente, ese retrato de la gente buena, es surrealista pero también te ríes con ganas con algunas de sus ocurrencias, no solo visuales, sino también verbales) y con unas interpretaciones impresionantes. No solo de Gwenn, que está inmenso, sino también de Valentina Cortese y del gran Juan Calvo como el guardia civil que está a cargo de la cárcel y donde aloja a Franco Fabrizzi (que, en palabras de Berlanga, también le amargó el rodaje a base de bien).
En cualquier caso, una película que no solo levanta recuerdos sino que ella misma está llena de recuerdos.
Abrazos alfil-reina siete.
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