Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla a propósito de "Bird", de Clint Eastwood podéis hacerlo aquí.
La ley y Jake Wade. Dos
conceptos que resultan antagonistas con solo pensarlos. Jake lleva una vida
honrada, pero tiene que pagar un último favor al hombre que más odia. Un hombre
que, un día, se jugó el pellejo por él. Y que, al ver aparecer a Jake, solo
tendrá en su cabeza la idea de batirse en un duelo. Porque Jake era su mano
derecha en otra época, llena de atracos a bancos, tropelías y asaltos por
doquier y cometió la enorme osadía de abandonarle. Para él, Jake era su hermano
y además tenían todo lo que cualquier hombre hubiese deseado poseer. No se
sujetaban a reglas ni a compromisos, de lo único de lo que tenían que
preocuparse era de cabalgar lo suficientemente rápido como para que nadie les
diera alcance. Sin embargo, Jake se fue. Quizá no hubiera nada importante para
él o, tal vez, fuera todo lo contrario, había cosas mucho más importantes para
él. Y esa vida no llevaba a ninguna parte. Por eso Jake no solo decidió llevar
una vida honrada, sino que se colgó una estrella de sheriff y la tranquilidad
asomó a su ánimo y a su rostro.
El problema es que
Clint, el hombre que Jake ha salvado, tiene una deuda pendiente con él. Algunos
miles de dólares que Jake escondió en algún lugar, enterrando allí algo más que
su pasado. Así que todo tendrá solución en una ciudad fantasma, tan muerta como
Jake cuando cabalgaba al lado de Clint. Cuando se miran ambos, parece que Jake
ruega que le deje en paz y Clint solo contiene la revancha en sus ojos, el
deseo de hacerle daño, la agresividad a flor de metal. En esa ciudad muerta,
donde las maderas están a punto de derrumbarse en unas fachadas sin vida, donde
el polvo se acumula en la barra de un bar sin clientes, donde la desolación se
ha instalado sin más vecinos, es donde Jake y Clint ajustarán sus cuentas. Una
última bala y todo habrá acabado. Incluso la desesperación por encontrar una
nueva vida o el ansia por continuar con la misma. Los indios también asomarán
su cabeza con sus contraseñas de coyote y sus flechas imprevistas. Habrá
diálogos que recuerden viejas amistades y antiguas complicidades, esas mismas
que siempre surgen después de una guerra perdida. No tiene ninguna importancia.
Dos sombras se moverán por la antigua calle principal de un pueblo sin vida y
puede que sea el último duelo a la sombra de una lápida.
Robert Taylor y Richard
Widmark se enfrentaron en cada escena para hacer de esta película algo más que
una simple serie B y el duelo, sin duda, lo gana el segundo con la encarnación
de ese malvado Clint, burlón, despreciable e implacable, carne de arena en un
desierto de montañas áridas y tan abruptas como los caracteres de los dos
protagonistas. John Sturges lo sabía bien y, por eso, se limitó a explorar las
posibilidades de dos personajes que nunca debieron de cruzarse, aunque ello
hubiera significado dejar demasiadas deudas pendientes.
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