Los soldados alemanes
preparan la llegada de un oficial a una casa cualquiera cerca de la costa
francesa. El hombre aparece con su temible uniforme pero, detrás de la gris
autoridad, se halla un artista, lleno de sensibilidad, que comprende lo que
deben sentir los franceses cuando se les invade la propiedad y el país. Sin
embargo, allí, en la casa, un hombre mayor y su sobrina deciden hacer una leve
resistencia basada en el silencio. No le hablarán para nada. No existirá. Podrá
decirles lo que quiera, pero jamás hallará respuesta. En esos interminables
monólogos a la lumbre de una chimenea, el oficial nazi descubrirá que es mejor
quitarse el uniforme y parecer solo un miembro más de la casa. Hablará
incansablemente de Alemania, de Francia, de lo que hacía en Munich, donde
estudió música. Al principio, querrá que se le conteste, pero sabe que los
franceses están en su derecho de hacer el vacío al invasor. Y él hablará y
hablará sin descanso. De los inviernos y de los veranos alemanes. Del espejismo
del amor. Del azul de los ojos de la sobrina a la que deseará pero nunca se
atreverá a ir más allá. Francia es un país hermoso y tiene que respetarse así
porque la destrucción no lleva a ninguna parte. Solo engendra odio y desprecio
por parte de los ocupados y se puede tener un país pero la moral no se podrá
sostener. El silencio le persigue e, incluso, le será negado el saludo por la
calle. Están en su derecho. El silencio es un derecho. Estar en el silencio.
De algún combate
anterior, el hombre arrastra levemente una pierna y, cuando se agacha a
calentarse en el fuego de la chimenea, tiene que estirarla porque el calor es
un esfuerzo que se le niega. No quiere hacer daño. No ordena matanzas. Solo se
ocupa de la autoridad en el pueblo hasta que tiene la certeza de que todos,
incluso sus viejos amigos camaradas, están decididos a exterminar el espíritu
francés, a ahogar todo intento de rebelión, a asesinar el silencio a través del
ruido de los disparos sin compasión. El silencio es insoportable porque sabe
que ellos, como invasores, comienzan a convertirse en asesinos. Asesinos
morales, asesinos físicos, asesinos de la libertad, asesinos del silencio. Solo
arrancará una última palabra a la sobrina. Un último testimonio de aprecio por
su amabilidad, su corrección y su talante pacífico. Esa palabra será “adiós”.
Flaca es la recompensa después de tantas noches de desnudar el alma para rogar
una simple conversación. El silencio del mar se hace lejano y va desapareciendo
mientras el hombre, el oficial, ha pedido el traslado porque se avergüenza de
lo que es. Ni siquiera él tiene derecho al silencio. Solo a la huida. A no
mirar atrás. A llevar sus heridas a cuestas sin ninguna comprensión ajena.
Ahora comenzará la verdadera emboscada porque su propio país también quiere
acabar con su espíritu. Maldita guerra. Adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario