La soledad es el mayor
de los miedos para una mujer que comienza a estar de vuelta de todo. Y no sabe,
no tiene ni idea, de que no está sola. Pero aún así, se empeña en regodearse en
ese arroyo sin fondo que lleva a la depresión y a la locura. Por eso, cuando
Karin aparece en su vida cree que es la última oportunidad para amar. Todo en
ella parece adorable aunque no sea así. Admite las humillaciones periódicas a
las que le somete Karin entre gin-tonic y llamada telefónica. Más que nada
porque ya no es amor lo que siente por ella. Es necesidad. Una necesidad que
está dispuesta a saltar por encima de cualquier otra consideración en una
aburrida casa donde solo está ella, Petra, y su fiel Marlene, la secretaria
silenciosa que solo observa y calla cuando, en realidad, lo que desea es un
solo gesto de cariño y no de orden. Marlene ama en silencio. Petra ama en medio
del ruido. Karin no ama.
Cuando la relación se
convierte en una obsesión enfermiza, Karin decide marcharse. Sin mirar atrás,
sin dar noticias, sin más rastro que un pasaje de avión, mil marcos y un adiós
sin remedio. Petra estará esperando una llamada suya. Como si fuera la lluvia.
Como si fuera el sol. Como si fuera un último asidero para convencerse a sí
misma que la vida no ha acabado. Por eso, Petra comienza a humillar, comienza a
convertirse en Karin con las personas a las que ama. Marlene, su hija, su
madre, su amiga Sidonie…Sus lágrimas amargas se transforman en balas hirientes,
definitivas, que solo consiguen apartar cualquier posibilidad de acompañamiento
en las mejores y en las peores circunstancias. Petra muere por dentro
intentando esperar esa llamada de Karin mientras maldice su vida de éxito
porque es la que ha permitido que los demás la quieran tanto. Pisotea
literalmente su lujo porque lo único que quiere es tumbarse en el suelo, jugar
con esa muñeca que tanto se parece a Karin y desesperar porque esa llamada no
se produce. Llaman todos y a todos Petra despacha con desdén. Y cuando llega el
momento de volverse hacia Marlene, su Marlene, esa Marlene que ha estado
despreciada e ignorada, lo hace tan mal que el resultado será la soledad
absoluta. Ya solo quedará tumbarse en la odiosa cama y taparse con un edredón
nórdico para no volver a sentir inspiración por el trabajo y por la vida, para
ahogarse en su propia respiración, para que cada día sea exactamente igual al
anterior, salpicado de gin-tonics aderezados con unas buenas gotas de soledad,
de bocetos para nuevos diseños que, a buen seguro, nunca serán terminados, de
una existencia que, al fin y al cabo, permanecerá para siempre incompleta.
Fassbinder llevó a cabo
la filmación de su propia obra y consiguió entrar en el alma atormentada de una
historia interpretada íntegramente por mujeres. Sorteó los recovecos del dolor
para ofrecer el retrato descarnado de una de ellas que eligió estar sola a
pesar de que lo único que deseaba era amar. Y eso es un mal que nos puede
llegar a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario