Estoy bien, estoy bien,
no me pasa nada, estoy bien. Lo que no puedo asegurar es que no me ponga a
llorar diez líneas más abajo, pero estoy bien. Solo necesito respirar un poco
de aire puro y pensar con calma lo que voy a escribir. En el periódico ya me
están buscando un loquero que haga que desate mi ira interior contra películas
mediocres de otra forma y que me quede con lo bueno del oficio, con películas
como ésta, pero, no sé, tengo ganas de darle a un cojín y no estoy seguro de que
no quiero tirar el ordenador por el balcón. Estoy bien. Solo hace falta que
ponga una frase típica de crítico…vamos a ver…”la influencia de Kieslowski en la comedia es de una profundidad que
recuerda los escorzos imposibles de Ken Russell y que remite, inevitablemente,
hacia el desprecio y el olvido más dolorosos. Todo ello se confirma con esa
sucesión de planos langianos que sumergen al espectador en la oscuridad para
que vuelva a nacer en el inacabable universo del autor”….Bufff, ya está. Ha
costado. Me siento algo mejor. El peso ha desaparecido. Tú….tú….tú…eres
bueno…eres bueno porque lo digo yo y ya está. ¿Cuánto te debo?
Nunca me han dicho no.
Quizá ese sea uno de los problemas más fundamentales. Lo que digo va a misa y
punto. Tal vez por la noche sueñe que voy a comprar unas naranjas a un puesto
callejero y se acerquen algunos sicarios para tirotearme por la espalda. Tú me
protegerás, Fredo. No lo sé. Todo es muy confuso. Algún trauma de la infancia.
Puede que mi primer recuerdo influya porque es un bofetón de mi hermano por
cogerle uno de sus coches de juguete, no lo sé. Debería irme al campo unos días
y emborronar unos cuantos folios con una serie de exabruptos indescriptibles
para liberar mi alma y dar cancha a mis sentimientos. Es una terapia peligrosa
y voy a creer que soy Robert de Niro, pero mejor eso a hacerme pasar por Carlos
Boyero. Ufff, vuelve la ansiedad. Tengo ganas de terminar el artículo y no sé
cómo hacerlo. No, no voy a poner a nadie a caldo. Son buenos chicos y ver de
vez en cuando cine malo ayuda también a distinguir cine bueno. Pero antes de
que termine estas líneas, tendré ganas de arrancar la cabeza a alguien.
Harold Ramis dirigió
esta película con el punto justo de comedia sobre los actores, maravillosos
Robert de Niro y Billy Crystal, que sirven de terapia a trastornados
obsesivo-compulsivos como yo y que hacen que los miedos se larguen con viento
fresco a base de carcajadas y de humor de alta clase. Hace tiempo que no he
visto una comedia tan bien pensada como esta, por mucho que tenga balas de
absurdo e instantes para recordar con un punto de gamberrismo. ¿Veis? Estoy
mejorando. Ya no desato mi ira hacia las películas. Yo las quiero. Soy parte de
ellas. Aquí el único que me saca de mis casillas es ese tipo que se encargó del
primer asunto antes que del segundo asunto y no hay más que hablar. La ansiedad
vuelve. Termino. Va a ser mejor así. Si no, es posible que saque la
ametralladora y comience a llenar de sangre la pantalla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario