Decir la verdad cuando
la sombra del miedo se cierne sobre ella convierte a los hombres en valientes.
En unos tiempos en los que la prensa se encarga de desprestigiarse a
conciencia, no está de más recordar esta película, en la que se pone en alza la
labor de unos cuantos que trataron de hacer que la palabra fuera la máxima
expresión de una democracia. La presión existirá (siempre ha existido) y, muy
posiblemente, la maledicencia estará en boca de todo el mundo, incluso de viejos
amigos, cuando se trata de decir que algo pone en peligro las libertades. Y eso
sólo algunos son capaces de difundirlo a los cuatro vientos. A finales de los
años cincuenta, un periodista como Edward Murrow, apoyado por un equipo de
producción que, a cada día que pasaba, estaba más en entredicho, no dudó en
desear buenas noches y buena suerte a cada uno de sus televidentes después de
denunciar la falsedad y la incompetencia del Senador Joseph McCarthy en su
implacable caza al comunismo. Y lo hizo mirando fijamente a la cámara,
arriesgándose a que algún espectador le tomara por mentiroso o…quizá no. Ese
gesto, precisamente, era la garantía de que cada palabra que salía de su boca
era la rigurosa verdad. Sin concesiones al partidismo, sin más armas que la objetividad.
Y hoy echamos mucho de menos todo aquello. Más que nada porque ya no existen
periodistas tan osados y audaces, defensores de la verdad sin matices
ideológicos. Sólo con la democracia por delante.
El riguroso blanco y
negro de la película nos coloca en aquellos años, cuando la televisión
comenzaba a ser un medio de comunicación que llegaba a todos los hogares sin
ningún filtro. Sólo la pantalla sin adornos. Sólo la cara de quien hablaba y
sus frases. La sobriedad se hace sitio con la dirección de George Clooney y la
persecución parece esconderse detrás de cada esquina envuelta en una atractiva
melodía de jazz. David Strathairn se encarga de aportar veteranía a cada una de
sus noticias, de sus verdades, para decir que el fascismo existe y que precisamente
el periodismo, el bueno, el de verdad, es el encargado de destapar sus
intenciones, de hacer naufragar sus intentos de adoctrinamiento. Al igual que
debe hacerlo con el comunismo o con cualquier otra ideología con tendencia al
totalitarismo. Sólo una sociedad bien informada podrá tener una opinión sobre
los que quieren acabar con la libertad. Y para ello, las simpatías ideológicas
deben dejarse a un lado. Algo tan difícil de conseguir que dan ganas de
abandonar el teclado y plantar coles.
Dirigida con mimo,
interpretada con profesionalidad, fotografiada con cuidado, Buenas noches y buena suerte también es
un alegato en homenaje al auténtico periodismo. Aquel que mueve y conmueve.
Aquel que forma librepensadores al final de cada línea escrita. Y, al final,
seguro que se puede atisbar algún resquicio de luz ante tanta confusión, tanta
marea de opiniones que sólo dan aquellos que deberían callar para no exhibir
tanta ignorancia.
2 comentarios:
Cuando vi la película...Me resultó tan familiar...Recuerda que vengo de una dictadura de más de 20 años en la Venezuela castro-comunista chavista
Podéis dar lecciones sobre ello a unos cuantos que todavía creen que aquello sólo es propaganda de la derecha. Te comprendo perfectamente.
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