viernes, 31 de enero de 2020

AGUAS OSCURAS (2019), de Todd Haynes



Es difícil encontrar hombres que estén dispuestos a arriesgarlo todo con tal de dar a conocer el lento envenenamiento de la población mundial. Hay demasiados intereses en juego y el poder de los emporios empresariales llega a ser temible y gigantesco. Puede que todo empiece con una simple denuncia a través de un conocido. Tal vez una alarma infundada, una casualidad o una evaluación equivocada sea el primer pensamiento antes de comenzar una furibunda defensa a favor de los más débiles, que, casi siempre, suelen ser los que menos voz tienen. Por delante, sólo queda una tarea reservada a titanes y no, no todos los hombres están hechos de la materia con la que se hace la verdadera justicia.
Se recurrirán a los más viejos trucos del procedimiento legal. Inundar de papeles la oficina del contrincante para, así, despertar sus ganas de abandonarlo todo, negar cualquier vinculación con los vertidos más tóxicos, alterar los niveles admisibles de tolerancia o cualquier otra cosa que haga que el asunto se diluya y no pase de ser una escaramuza en los tribunales. Se necesita perseverancia, resistencia, unas buenas dosis de honradez, un apoyo en el momento adecuado por parte de los que están más arriba, la certeza de que se está haciendo lo correcto y ese gran resorte que significa una mujer de valor sosteniendo todo el entramado familiar. Son demasiados requisitos, demasiados condicionantes, demasiadas decepciones.
Sin embargo, puede que, de vez en cuando, esos hombres estén dispuestos a salir a la palestra y luchar por el derecho a vivir, a beber un agua limpia, a proseguir una existencia que debería ser apacible para todos. La salud también será un enemigo a batir y la moral, un obstáculo casi insalvable. Los papeles y los requerimientos se suceden y habrá que dejar unas cuantas amistades por el camino. Las aguas oscuras se convierten en líquidos turbios y será obligatorio morir unas cuantas veces. No todos sobreviven en el enfrentamiento contra gigantes. Al fin y al cabo, son sólo hombres.
Todd Haynes dirige una película incómoda, con vocación de denuncia, y consigue que el miedo se instale dentro de cualquier que se acerque a la historia. Mark Ruffalo, como protagonista, consigue transmitir el matiz grisáceo de un personaje que está muy lejos de aproximarse al arquetipo del héroe. Tim Robbins baja de la cima y dice las palabras indicadas en el momento oportuno y Anne Hathaway intenta situarse a la altura con la confusión propia de quien sabe que se puede perder todo. El resultado es una película brillante en sus dos primeros tercios y algo morosa e innecesaria en el último, prolongado en una larga espera de unas conclusiones vitales que no llegan porque la burocracia y la lentitud se convierten en enemigos prácticamente imbatibles.
Fijar la mirada en un punto concreto y no apartar la vista para que nadie se sienta olvidado, seguir con constancia el objetivo, batallar incluso en campos donde se sabe que la derrota es lo más probable, sentirse liberado y, al instante, nuevamente atrapado. Por todos estos trances pasa el personaje protagonista de esta historia que trata de llevar los principios más naturales hasta sus últimas consecuencias. Y, de paso, deja un par de lecciones sobre la capacidad y la búsqueda incesante de la verdad. Sí, es muy difícil encontrar a estos héroes auténticos y discretos que ponen encima de la mesa lo que nadie quiere oír. Y si quieren saber por qué este artículo tiene este título, es mejor que vayan a ver la película y se esperen hasta el final. Les aseguro que podrán sentir el escalofrío muy cerca de su espinazo.

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