Es
difícil encontrar hombres que estén dispuestos a arriesgarlo todo con tal de
dar a conocer el lento envenenamiento de la población mundial. Hay demasiados
intereses en juego y el poder de los emporios empresariales llega a ser temible
y gigantesco. Puede que todo empiece con una simple denuncia a través de un
conocido. Tal vez una alarma infundada, una casualidad o una evaluación
equivocada sea el primer pensamiento antes de comenzar una furibunda defensa a
favor de los más débiles, que, casi siempre, suelen ser los que menos voz
tienen. Por delante, sólo queda una tarea reservada a titanes y no, no todos
los hombres están hechos de la materia con la que se hace la verdadera
justicia.
Se recurrirán a los más
viejos trucos del procedimiento legal. Inundar de papeles la oficina del
contrincante para, así, despertar sus ganas de abandonarlo todo, negar
cualquier vinculación con los vertidos más tóxicos, alterar los niveles
admisibles de tolerancia o cualquier otra cosa que haga que el asunto se diluya
y no pase de ser una escaramuza en los tribunales. Se necesita perseverancia,
resistencia, unas buenas dosis de honradez, un apoyo en el momento adecuado por
parte de los que están más arriba, la certeza de que se está haciendo lo
correcto y ese gran resorte que significa una mujer de valor sosteniendo todo
el entramado familiar. Son demasiados requisitos, demasiados condicionantes,
demasiadas decepciones.
Sin embargo, puede que,
de vez en cuando, esos hombres estén dispuestos a salir a la palestra y luchar
por el derecho a vivir, a beber un agua limpia, a proseguir una existencia que
debería ser apacible para todos. La salud también será un enemigo a batir y la
moral, un obstáculo casi insalvable. Los papeles y los requerimientos se
suceden y habrá que dejar unas cuantas amistades por el camino. Las aguas
oscuras se convierten en líquidos turbios y será obligatorio morir unas cuantas
veces. No todos sobreviven en el enfrentamiento contra gigantes. Al fin y al
cabo, son sólo hombres.
Todd Haynes dirige una
película incómoda, con vocación de denuncia, y consigue que el miedo se instale
dentro de cualquier que se acerque a la historia. Mark Ruffalo, como
protagonista, consigue transmitir el matiz grisáceo de un personaje que está
muy lejos de aproximarse al arquetipo del héroe. Tim Robbins baja de la cima y
dice las palabras indicadas en el momento oportuno y Anne Hathaway intenta
situarse a la altura con la confusión propia de quien sabe que se puede perder
todo. El resultado es una película brillante en sus dos primeros tercios y algo
morosa e innecesaria en el último, prolongado en una larga espera de unas
conclusiones vitales que no llegan porque la burocracia y la lentitud se
convierten en enemigos prácticamente imbatibles.
Fijar la mirada en un
punto concreto y no apartar la vista para que nadie se sienta olvidado, seguir
con constancia el objetivo, batallar incluso en campos donde se sabe que la
derrota es lo más probable, sentirse liberado y, al instante, nuevamente atrapado.
Por todos estos trances pasa el personaje protagonista de esta historia que
trata de llevar los principios más naturales hasta sus últimas consecuencias.
Y, de paso, deja un par de lecciones sobre la capacidad y la búsqueda incesante
de la verdad. Sí, es muy difícil encontrar a estos héroes auténticos y
discretos que ponen encima de la mesa lo que nadie quiere oír. Y si quieren
saber por qué este artículo tiene este título, es mejor que vayan a ver la
película y se esperen hasta el final. Les aseguro que podrán sentir el
escalofrío muy cerca de su espinazo.
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