martes, 19 de septiembre de 2023

DECISIÓN A MEDIANOCHE (1954), de Nunnally Johnson

 

Berlín es un hervidero de chantajes. Basta con secuestrar a un soldado para exigir un intercambio a los americanos. La cuestión se complica cuando interviene el padre del muchacho. No es un cualquiera. Es un tipo influyente que tiene amistades con varias personalidades de la alta política estadounidense y exige, sin demasiadas buenas maneras, que el gobierno y el ejército se mueva y liberen a su hijo. El Coronel Steve Van Dyke, jefe del servicio de información del ejército en Berlín Oeste va a montar toda una obra de teatro para contentar a los rusos, acallar la voz siempre molesta del padre beligerante, demostrar su valía y, de paso, encarcelar la traición. Va a ser un circo de cuatro pistas, con jugadas inteligentes, fingimientos imposibles, ingestas de veneno y engaños a cuatro manos. Al fin y al cabo, el Coronel Van Dyke no está sólo. A su lado están dos de los mejores. Y eso, ya de entrada, da una idea de lo que vale.

El padre, atónito, asiste a todas las maniobras del Coronel Van Dyke. No podía imaginar, desde su atalaya empresarial de fábricas de válvulas, que Berlín fuera una ciudad donde la conspiración fuera algo normal, donde se pusieran en pie los entramados de intereses del espionaje como instrumento de chantaje. Cada palmo ganado, en una dirección o en otra, es todo un triunfo y ese tal señor Leatherby, que acompaña todos y cada uno de los pasos del Coronel Van Dyke, se siente avergonzado. No sabía que todo aquello era así. No tenía ni idea. No podía sospechar siquiera la labor silenciosa de unos hombres y mujeres que viven en estado de permanente tensión porque cualquier error puede ser fatal. Los inocentes también pagan. Incluso aquellos que trabajaron para el horror unos años atrás. Todo por el simple secuestro de un soldado. No se abandona a los amigos. No se presiona a los que trabajan por lo mejor.

A pesar de ser un hombre declaradamente de izquierdas, el guionista Nunnally Johnson, autor de la adaptación de Las uvas de la ira, debutó en la dirección con esta ingeniosa trama de espionaje, intercambios y presiones que no se basa, en absoluto, en la acción, sino en el diálogo. Todo es un ir y venir entre tres o cuatro escenarios, con la lengua bien afilada y descubriendo el ambiente de insoportable tirantez en las mismas puertas del Telón de Acero apenas unos años antes de la construcción del muro. Johnson, que también escribe el guión, no duda en destapar los métodos reprochables de los rusos, los giros de una soga que siempre anda colgando alrededor de un cuello y el equilibrio funambulista de los que deben bregar con la situación de una ciudad dividida que ya reclama con ansia su libertad. Gregory Peck, en la piel del Coronel Van Dyke, resulta ideal en su guardia permanente para resolver el asunto. Broderick Crawford, como el taimado hombre de negocios que mueve cielo y tierra para recuperar a su hijo, como siempre, resulta eficaz y ambivalente. Un espléndido reparto de secundarios ayudan a tejer las hebras de la jugada a cuatro bandas, con especial mención a Walter Abel, a Buddy Ebsen y a una bellísima Rita Gam. Sólo desentona un tanto el trabajo de Anita Bjork como el antiguo amor del Coronel Van Dyke, pero se le perdona. La decisión a medianoche va a ser contrarreloj y manteniendo mucho la calma. Es necesario dejar correr toda la sangre fría que sea posible. Y no mover ni un músculo cuando todo se ponga en contra.

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