El poema es el amor.
Por él, si hay alguna posibilidad de seguir viviendo, sigue mereciendo la pena
vivir en esta tierra pisoteada de sangre e intolerancia. Por eso, para un
estudiante de París, ya no tiene sentido acumular conocimiento cuando la
ignorancia de una guerra interminable que ni ha visto comenzar, ni verá
terminar, se impone en todos los rincones de una Europa desolada. Los campos de
Francia parecen tener otro color con tanta carne corroída y espantada en una
época sin piedad. Sí, el poema es el amor, porque parece imposible que la
pasión pueda existir entre lo moribundo, entre la dureza extrema del hambre,
entre la fiereza de los hombres que se comportan más como animales que como
personas.
El poema también es la
muerte. Está sembrada en todos los surcos abiertos de Francia. En el fondo, es
una meta que no es difícil de alcanzar si se está dispuesto a sufrir porque
casi merece más la pena estar muerto que vivo en un continente enfermo y
arrasado. Toda búsqueda es absurda
porque no lleva a ninguna parte más que a la muerte y sólo se trata de evitar
el dolor. Aún puede que haya alguien que crea en una sociedad que está en plena
descomposición en medio de la guerra de los treinta años, pero será una isla en
un mar de vísceras. Por supuesto, la presencia de la religión se hace notar.
Con la cruz hacia abajo. Con el fanatismo como insignia. Con la represión como
casulla. Tal vez por eso las mentes y las almas se hallan tan rechazablemente
corrompidas. Y no hay remedios a corto plazo. La tierra grita. Y la Humanidad
está sorda como los muros de una iglesia.
John Huston dirigió
esta atípica película con su hija Anjelica como protagonista y, sin duda, es un
título aislado en su filmografía. Su visita al mundo medieval está llena de una
imposible mezcla de esperanza y pesimismo. Puede que todo se esté derrumbando y
que no haya sitio para unos jóvenes puedan vivir su amor y, no obstante, hay
una especie de deseo secreto en el director que deposita su mirada en algún
mañana de conocimiento y razón, como si la Historia fuera algo cíclico que
adormece y despierta sucesivamente las conciencias de los hombres, como si la
Humanidad estuviera condenada y salvada por los avatares de su propio devenir,
una y otra vez, tropezando mil veces en la misma piedra y saltando por encima
de ella. Por eso, propone un paseo por el amor y la muerte, por las dos caras
de la existencia humana en una época terrible, de necesidad y agonía. Sin duda,
el resultado es irregular porque pertenece a esa serie de películas que realizó
en las que pareció que le importaba realmente poco el acabado formal de sus
historias y se centrara sólo en argumentos que le interesaban por encima de
todo lo demás, pero no deja de ser interesante adentrarse en la mirada de
Huston en plena Edad Media.
Así pues, agua, acero, sangre y deseo. Huston. Huston. Francia. Amor. Muerte. Un viaje de ida que, tal vez, no tenga ninguna vuelta.
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