¿Podría
el agua enamorarse del fuego? Tal vez, si viviéramos en un mundo habitado
únicamente por los cuatro elementos básicos de la Naturaleza, no estaría bien
visto que dos de ellos se mezclasen. Cada elemento a lo suyo. Cada destino en
su elemento. No se puede alterar lo que está escrito desde el origen. Sin
embargo, el pensamiento, ese gran enemigo, suele ser el acicate de la rebeldía
y es posible que no se acate ese destino que parece estar ineluctablemente
unido a la vida. Y dos elementos contrapuestos obran el milagro. No es porque
el amor lo pueda todo. Es porque las lágrimas son el mejor soldador para las
fugas de sentimiento.
Bien es verdad que los
sueños que nos atenazan, a menudo, se convierten en metas que hay que alcanzar
por encima de cualquier otra dificultad, cegando otras posibilidades. Demasiado
a menudo olvidamos que los sueños no son lo importante. Son las personas que
están a nuestro cargo, que tienen sus propios sueños, o, más bien, sus propios
anhelos. Hoy en día, la palabra que designa lo onírico no deja de ser peligrosa
y puede abrir grietas entre los sacos de arena de contención. Y, sin embargo,
el fuego ve algo en el agua. Un atisbo de ingenuidad. Un retazo de bondad. Un
algo que se escurre entre los dedos, como debe ser en el líquido elemento. Y el
agua ve en el fuego una fuente inagotable de recursos. Un paso más en la
evolución que puede beneficiar a todos. Una dulzura que, si se sabe tratar,
será el ingrediente fundamental para domar su carácter voluble.
Con esta fábula, que
más parece de amor que de aventura, la Pixar Animation Studios vuelve a
emocionar deslizando el mensaje de que es bueno llorar de vez en cuando y de
que no deberíamos aceptar un no por respuesta puesto que la perseverancia es
una de las mayores virtudes que nos adornan. Dentro de todos nosotros, yace un
artista dormido y sólo hay que rodearse de los elementos adecuados para hacer
que despierte. Y es posible que el rechazo exista, y que se presente presionado
por las circunstancias, pero cuando el amor llama con fuerza, es imposible
olvidar. Tal vez se pueden quemar las aristas que son su punta de lanza. O,
incluso, se puede ahogar el impulso de demostración del amor, pero, si es
verdadero, si es único, si es posible, siempre se quedará ahí, esperando una
oportunidad que no siempre llega.
En esta ocasión, la
Píxar ha querido hacer una película para niños que gusta a los mayores, a pesar
de que, por supuesto, tiene momentos puntuales que hacen que estalle la tan
deseada y vivificante carcajada infantil. Sin embargo, la película tiene una
virtud que la eleva y es la extraordinaria banda sonora de Thomas Newman, que
últimamente se está convirtiendo en uno de los más grandes compositores para el
cine, y que, en esta ocasión juega con multitud de registros, con los más
variados recursos, haciendo que la película se acelere o se ralentice de
acuerdo con los deseos de las excepcionales corcheas de su ingenio. Más allá de
eso, hay instantes de humor, gotas de aventura, chispas de drama y la certeza
de que el amor es lo que verdaderamente es elemental en cualquier forma de
existencia.
Así que, por favor, no dejen que esto quede en agua de borrajas, ni permitan que la quemazón de la rutina arruine su disfrute. Puede que, sin duda, no sea el torrente de emociones que nos tiene reservado Píxar como algo habitual, aunque posee sus dosis de escalofrío. En esta ocasión, ahoguen su escepticismo y denle mecha al fuego de su interior.
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