viernes, 12 de enero de 2024

VIDAS PASADAS (2023), de Celine Song

 

A veces, el amor, a pesar de que está ahí, se queda quieto, esperando una oportunidad que nunca llega. Es una especie de cazador solitario que se agazapa detrás de un árbol o de unos matojos, aguardando una presa que no aparece. Puede que haya sido lo más importante para dos personas, pero nunca llegó. El tren siempre partía dejando a los dos pasajeros sin premio. Tal vez porque la vida tiene muchos reinicios, pero el amor no. Está ahí siempre. Sin moverse. Propicia que todo el bosque se llene de flores, pero nunca da el sol. Trata de elevar las sonrisas a la categoría de besos, pero se quedan en meros reflejos de un agua que sigue su curso.

Eso es lo que ocurre con dos niños a los que se les escapa su ternura con paciencia, con un puñado de juegos en común, con un buen manojo de inquietudes en sus sueños. Deben separarse, pero, de alguna manera, nunca se olvidan. Están ahí porque se sonrieron con los corazones. Es como si su alma supiera que el otro es su par, pero su razón les lleva por caminos muy diferentes. Años después, la tecnología hace posible un reencuentro virtual, pero eso no tiene futuro. El intento se estrecha y se ahoga. Las obligaciones llaman. La vida aprieta.

Por fin, cuando ambos tienen sus rumbos bien trazados, un viaje desencadena un último encuentro. Más que una visita, es una despedida. Nunca se besaron. Nunca hubo nada más que presentimiento común, nunca estuvo el amor que sentían. Lágrimas de silencio correrán por sus venas, intentando hacerse una idea del tiempo que han perdido. Sin embargo, la vida pasó y ya no se puede volver atrás. Es lo escrito de forma indeleble. Aunque su amor también sea imposible de borrar, imposible de vivir, imposible de hacer.

De todo ello, ambos extraerán un mensaje de que, en realidad, son lo que fueron. Las vidas que se presentan a lo largo de una existencia conforman todo lo que es una persona y hay varias para ser vividas. Incluso hay alguna que mereció serlo, pero que no tuvo su oportunidad. En todo caso, el ser humano en el que los dos se han convertido llevará encima la mochila de unos sentimientos que compartieron aunque no exteriorizaron. Y así, el amor se irá en un taxi, para no volver, porque, de algún modo, ya cumplió su misión. Los dos fueron conscientes de la enorme fortuna de amar y de haber sido amados y eso es algo que no todo el mundo es capaz de sentir. Por mucho que en el camino se queden varios besos deseados, varias caricias anheladas, varias miradas cómplices, varios momentos de silencio elocuente…

Estamos ante una historia de amor que nunca fue, pero que sí estuvo. Y aunque, quizá, no todos hayamos podido vivir algo así, la película toca sensaciones que sí se nos aparecen como perfectamente reconocibles. Y somos él. Y somos ella. Y somos dos, aunque sólo seamos uno. Y somos dos, aunque sólo deseáramos ser uno. Habrá un tercer actor en la historia al que le tocará el papel más ingrato, pero que demuestra que en el amor también hay dosis muy generosas de bondad. Del cine se sale con muchos sentimientos encontrados, queriendo decir grandes cosas de forma discreta, como esa vez en la que sentimos que nos seguía la sombra de su sonrisa, o que se nos aparecían todos los caminos y todos los cariños, a pesar de que no íbamos a transitar por ninguno. La luz de la ciudad ahoga esas lágrimas que, a buen seguro, derramamos alguna vez en silencio y que valen más que cualquiera de estas palabras escritas.



No hay comentarios: