martes, 9 de enero de 2024

PAYCHECK (2003), de John Woo

Una cantidad con ocho cifras por dos años de memoria. Es un trato justo. Con ese dinero ya no habrá necesidad de borrar más recuerdos para salvaguardar la confidencialidad de empresas ambiciosas que no destacan, precisamente, por sus escrúpulos. Los inventos tratan de llegar un poco más allá, bucear en la tecnología para ofrecer lo último, lo más nuevo, lo mejor, lo impensable. Y un ingeniero inventa lo impensable. Tanto es así que, antes de que su memoria se vea borrada, se envía a sí mismo una serie de objetos aparentemente vulgares, sin ningún valor mientras renuncia a los noventa millones de dólares en acciones de una firma que quiere llegar más lejos que ninguna otra. Algo muy extraño. La memoria de los últimos dos años ya no existe y resulta incomprensible que alguien haya renunciado a esa increíble cantidad de dinero y sólo haya dejado la pista de un sobre lleno de cosas inútiles.

Sin embargo, es posible que en la vida nada sea inútil. Los objetos inanimados, que significan muy poco por sí solos, pueden tener un uso insospechado. Sólo hay que saber para qué sirven en casos de necesidad. Y va a haber mucha necesidad. Son veinte objetos. Veinte nadas. Y, no obstante, se convierten en veinte todos cuando el FBI y la propia empresa le persigue de forma implacable porque algo de lo que ha inventado no va bien, o no va a ser utilizado correctamente, o sea nocivo. Es imposible de saber porque él no se acuerda. Al fin y al cabo… ¿quién quiere acordarse de las cosas que se han hecho mal aunque hayan salido bien?

Partiendo de un apasionante relato de Philip K. Dick, John Woo se olvida de los efectismos tan propios de su filmografía para armar una película tremendamente entretenida, llena de misterio, anclada en un futuro que, atendiendo a las apariencias, parece algo mejor, pero que, si se bucea en él, trata de anular la individualidad y alcanzar el paraíso capitalista a golpe de fronteras prohibidas. La película tiene acción y, sobre toda la trama, planea un halo invisible de intriga… ¿Para qué son los objetos? ¿Qué ha inventado el ingeniero? ¿Por qué lo persiguen? ¿Qué es lo que hay que hacer cuando no se recuerda algo? El resultado va sobre ruedas, con una narración ágil, con espléndidas escenas de acción y con un sentimiento de que el futuro nunca es halagüeño por mucho que lo parezca.

Así que es tiempo de saber para qué sirven las cosas. Quizá haya algo que no nos permita ver la realidad y la auténtica riqueza. Quizá, cuando la memoria se nubla, es cuando más se pueda tener la certeza de que alguien te ha amado incondicionalmente. Quizá los que eran amigos no lo son tanto y los que siempre lo han sido, lo sigan siendo. El trabalenguas imposible del tiempo vivido que se une peligrosamente con el que queda por vivir. Y, al final, tendrá que haber alguna sonrisa porque no se puede perder así como así un cheque de ocho cifras. Puede que la respuesta esté en el futuro…

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