Dos tipos se conocen en
la policía. Los dos han sido boxeadores de cierto renombre y, aprovechando la
circunstancia, el departamento de relaciones públicas decide organizar un
combate entre ellos para recaudar fondos y elevar la consideración de la
institución ante los ciudadanos. El Señor Fuego y el Señor Hielo. Poco podrían
prever que, en realidad, esos motes algo solemnes que se les pone para atraer
gente al combate, en realidad, les va muy bien. El Señor Fuego es Lee
Blanchard. Un policía visceral. Un poco nublado en sus razones que no discurren
con facilidad porque el nerviosismo y la impulsividad presiden todas sus
acciones. El Señor Hielo es Dwight Bleichert, un joven apuesto, de altura
considerable, fuerte y agradecido, de raciocinio frío y meticuloso. Él trabaja
en los casos con lentitud, pero con seguridad. Es como su gancho de izquierda.
Ambos traban una amistad de tanta longitud que llegan a formar un triángulo de
pasión con Kay, una chica preciosa, elegante y tremendamente sensual. Todo
parece ir sobre ruedas con sus placas, sus carreras, sus ambiciones y sus
relaciones. Ideal.
Sin embargo, un brutal
asesinato parece que se cuela en los resquicios de sus vidas algo vacías. La
obsesión comienza a tomar cuerpo y no es fácil quitarse de encima la visión de
un cadáver horriblemente mutilado de una chica que, con la documentación
cinematográfica que se dispone, era auténticamente encantadora. Hacen mal. Se
acercan demasiado a la víctima y ello no les deja calibrar con objetividad las
pruebas que van recogiendo. Quizá haya demasiado vértigo en las alturas. Y el
deseo se mueve por las calles de Los Ángeles como si fuera una película en
busca de su bobina.
No cabe duda de que
Brian de Palma es un director lo suficientemente cualificado como para llevar a
buen puerto esta ficción del famoso asesinato de “La Dalia Negra”. No obstante,
de Palma parece no querer contar la historia y comete un error de bulto
seleccionando a dos actores tan limitados como Josh Hartnett y Aaron Eckhart
para los papeles protagonistas. Acierta plenamente con los femeninos, con
Scarlett Johansson y Hillary Swank y, por supuesto, uno de los principales
atractivos de la película reside en la maravillosa ambientación con la que dota
a toda la historia, sumergiéndonos en esos años cuarenta en los que Hollywood
comienza a ser sólo vicio y corrupción y dejando de lado cualquier mitificación
dentro del género negro. La resolución del caso es algo informal, poco
convincente, como si a de Palma le interesaran más los personajes que el motivo
y eso diluye la aparente fuerza de un caso que, aún hoy en día, permanece sin
cerrar. La pluma de James Ellroy, con su novela original, se nota con su
retrato nada amable de todo lo que subyace tras el cascarón de la fama aunque
la mayor parte sea un invento que pudo ser realidad a poco que uno se esfuerce
en el sector de la imaginación. Y, de alguna manera, de Palma también deja
entrever ese regusto por la truculencia del que tanto ha hecho gala en otras
ocasiones.
Todo esto no deja de ser una pena porque, con esta película, Brian de Palma perdió su última oportunidad para mantener en alto una carrera muy irregular en sus años más difíciles. Todo lo que hizo, a partir de este momento, resultó muy mediocre, muy indigno de su virtuosismo innegable y de ser uno de los principales miembros de su generación. Y de Palma nos ha dejado momentos de cine que han acabado por ser imborrables. Si esta película hubiera sido mejor, quizá habría unos cuantos más.
1 comentario:
Muy buenas,
Es cierto que esta película lo promete todo y que según la vas viendo se va desinflando irremisiblemente. Quizá sea, como apuntas, cuestión del elenco masculino, muy muy flojo, muy por debajo del femenino.
En general, las buenas novelas negras tienen difícil adaptación al cine en cuanto al argumento y el tono. A pesar de que el cine clásico lo lograra en muchas ocasiones, la mayoría de las veces eran méritos de los guionistas o de los directores porque lo importante era recrear el ambiente del género más que ser fiel estrictamente a lo escrito.
Aquí, De Palma, hace lo mismo pero el carácter que aportaban Bogart o Mitchum está a años luz del de Hartnett o Eckhart. Y la historia se va deslavazando a medida que se vuelve compleja para terminar siendo hasta soporífera a ratos.
De Palma ha sido irregular, es cierto, pero en casi todas sus películas ha dejado una impronta de director grande aunque sólo fuera en algunos momentos o en algunas escenas. Ahí tenemos el ejemplo de "Misión imposible", la primera, que sin ser una película redonda es infinitamente mejor que cualquiera de sus sucesoras, incluida "Protocolo Fantasma" de lo poco salvable de las secuelas.
En fin, nos acordaremos mucho de él cuando falte, hoy es el triste día de Norman Jewison.
Saludos con parecidos razonables.
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