miércoles, 10 de enero de 2024

EL DOBLÓN BRASHER (1947), de John Brahm

 

Todo comienza como si fuese un caso más en la carrera siempre mediocre, aunque honorable, de Philip Marlowe. Una buena señora entrada en años quiere que recupere un doblón de incalculable valor que su propio hijo le ha robado. No es la primera vez que Marlowe tiene que vérselas con algo así. Ya se sabe. El tipo anda mal de recursos, el doblón está guardado bajo llave y sólo ve la luz de vez en cuando y es un medio fantástico para salir del bache teniendo en cuenta que, por supuesto, hay que recuperarlo más tarde. Sin embargo, parece que alguien quiere tapar algunas pistas de la investigación del inefable detective privado porque empieza a llenar el camino de cadáveres. Esto ya es menos normal. Los cuerpos tapan las evidencias y se convierten, a su vez, en nuevas evidencias y el asunto se enreda más allá de lo razonable. Las pesquisas se convierten en obstáculos peligrosos y el día se va oscureciendo hasta llegar a lo negro. Las mujeres no son lo que dicen ser, los hombres tampoco y Marlowe parece un tigre en medio de la selva. No sabe hacia dónde tirar, pero sabe que no se debe encontrar con alguien que parece tomarle como si fuera la presa ideal. Y todo por un doblón. No, no es así. Hay algo más que un simple doblón detrás de todo ello. Y la trama se complica por momentos.

Uno de los principales inconvenientes de esta competente adaptación de la novela de Raymond Chandler La ventana alta es la elección de su protagonista, George Montgomery. Es un hombre de físico agradable, pero sin dobleces. Sus trajes están demasiado bien planchados, sus expresiones son demasiado claras, sus ojos son demasiado nítidos. El resto de aspectos dentro de la película son impecables. La dirección es estupenda, los secundarios están espléndidos, el argumento está convenientemente simplificado para hacerlo fácilmente descifrable para los espectadores menos avezados y el conjunto final es más que notable. Sólo que Marlowe no es ese tipo con los ojos entornados, esforzado por mantener su honestidad en un mundo corrupto, con los malditos policías entorpeciendo su trabajo, pero con su moral intacta. George Montgomery, un actor limitado, no puede llegar a tanto y eso, aunque en algunos pasajes puede carecer de importancia, se nota en algunos tramos. Y es una pena. Esta es una película que merecería una segunda versión con algún actor con más arrugas en el rostro y menos colonia en el cuello.

Así pues, hay que seguir las pistas de ese doblón histórico que, por supuesto, tendrá sus réplicas más variadas para enmarañar más el asunto porque, como habrán adivinado, no es sólo la inocente jugada de un niño de mamá que decide robarlo para salir de un apuro o, incluso, para tener efectivo como regalarle un collar de abalorios a una nena. No, todo es mucho más oscuro, más apasionante y más enredado. No hacía falta un Marlowe tan aseado para pasearse por el lado más tenebroso de la alta sociedad. Al fin y al cabo, quien osa hacerlo suele acabar limpiándose el fango en una tintorería.

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