Todo comienza como si
fuese un caso más en la carrera siempre mediocre, aunque honorable, de Philip
Marlowe. Una buena señora entrada en años quiere que recupere un doblón de
incalculable valor que su propio hijo le ha robado. No es la primera vez que
Marlowe tiene que vérselas con algo así. Ya se sabe. El tipo anda mal de
recursos, el doblón está guardado bajo llave y sólo ve la luz de vez en cuando
y es un medio fantástico para salir del bache teniendo en cuenta que, por
supuesto, hay que recuperarlo más tarde. Sin embargo, parece que alguien quiere
tapar algunas pistas de la investigación del inefable detective privado porque
empieza a llenar el camino de cadáveres. Esto ya es menos normal. Los cuerpos
tapan las evidencias y se convierten, a su vez, en nuevas evidencias y el
asunto se enreda más allá de lo razonable. Las pesquisas se convierten en
obstáculos peligrosos y el día se va oscureciendo hasta llegar a lo negro. Las
mujeres no son lo que dicen ser, los hombres tampoco y Marlowe parece un tigre
en medio de la selva. No sabe hacia dónde tirar, pero sabe que no se debe
encontrar con alguien que parece tomarle como si fuera la presa ideal. Y todo
por un doblón. No, no es así. Hay algo más que un simple doblón detrás de todo
ello. Y la trama se complica por momentos.
Uno de los principales
inconvenientes de esta competente adaptación de la novela de Raymond Chandler La ventana alta es la elección de su
protagonista, George Montgomery. Es un hombre de físico agradable, pero sin
dobleces. Sus trajes están demasiado bien planchados, sus expresiones son
demasiado claras, sus ojos son demasiado nítidos. El resto de aspectos dentro
de la película son impecables. La dirección es estupenda, los secundarios están
espléndidos, el argumento está convenientemente simplificado para hacerlo
fácilmente descifrable para los espectadores menos avezados y el conjunto final
es más que notable. Sólo que Marlowe no es ese tipo con los ojos entornados,
esforzado por mantener su honestidad en un mundo corrupto, con los malditos
policías entorpeciendo su trabajo, pero con su moral intacta. George
Montgomery, un actor limitado, no puede llegar a tanto y eso, aunque en algunos
pasajes puede carecer de importancia, se nota en algunos tramos. Y es una pena.
Esta es una película que merecería una segunda versión con algún actor con más
arrugas en el rostro y menos colonia en el cuello.
Así pues, hay que seguir las pistas de ese doblón histórico que, por supuesto, tendrá sus réplicas más variadas para enmarañar más el asunto porque, como habrán adivinado, no es sólo la inocente jugada de un niño de mamá que decide robarlo para salir de un apuro o, incluso, para tener efectivo como regalarle un collar de abalorios a una nena. No, todo es mucho más oscuro, más apasionante y más enredado. No hacía falta un Marlowe tan aseado para pasearse por el lado más tenebroso de la alta sociedad. Al fin y al cabo, quien osa hacerlo suele acabar limpiándose el fango en una tintorería.
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