El destino es
aficionado a burlarse de los actores de la vida. A veces, lo imposible ocurre y
todos somos ignorantes de lo que realmente estamos haciendo. Un piloto
destinado en Inglaterra, ocupado en realizar misiones sobre suelo alemán, se
enamora de una enfermera que es el cielo que él tanto ve y la Tierra que tanto
ama. Es hermosa, cautivadora, inteligente, única. En el fondo de sus ojos, se
ven todas las pasiones y todas las derrotas y el piloto no puede creer que haya
tenido tanta suerte. Sin embargo, el destino se empeña en hacer fintas
inesperadas y no sabe que esa chica tan adorable está casada. Y ella no se lo
dice. Él continúa con sus arriesgadas misiones y, en una de ellas, debe
rescatar a un agente infiltrado tras las líneas enemigas. Sí, estoy seguro de
que ya atisban cuál es el engaño del hado. Efectivamente, ese agente que se
juega el pellejo y que debe ser extraído con urgencia, es el marido de la
chica. Así que amante y marido, ignorantes de quiénes son el uno y el otro, deberán
cooperar para salvar la vida. Y se caen bien. Y llegan a apreciarse.
Así que el destino,
carcajeándose desde su púlpito de marionetas, ha juntado lo imposible y esos
personajes deberán poner la vida en manos del otro en el teatro de operaciones
europeo de la Segunda Guerra Mundial. Y ambos están deseando regresar a los
brazos de la misma mujer. Sólo que, para ellos, es distinta. Y todo se confunde
mientras las bombas caen, los disparos muerden con su silbido buscador, los
escondites parecen empujar para hacerlos visibles y las noches se hacen eternas
en algún lugar de Europa. Mala cosa es el amor. Aunque, a lo mejor, puede ser
la salvación. Cada uno deberá jugar sus posibilidades tal y como las entiende.
Peter Hyams, un director siempre sólido y que, además, resulta admirable por la atención minuciosa que siempre ha prestado a la fotografía en sus películas, dirige esta equilibrada mezcla de melodrama y aventuras con Harrison Ford, Christopher Plummer y Lesley Anne Down de protagonistas. Excelente con su visión de la vida en retaguardia, salpicada de alarmas antiaéreas, sustos y calles mojadas con los platos siempre medio vacíos, resulta casi apasionante en su exposición de la aventura en la que se ven envueltos esos dos hombres secuestrados por la pasión y por su deber que no dudan en poner sus vidas en peligro con tal de que el otro llegue de nuevo a los brazos de la misma mujer amada. Por supuesto, el destino, al final, tendrá que decidirse porque no puede permanecer jugando irresponsablemente con el sentimiento y la trayectoria de tres personas que, en el fondo, no han hecho ningún mal, pero el color de la ciudad que espera, con sus uniformes marrones y sus lágrimas secas sigue ahí, temblando ante el próximo bombardeo y sin saber si unos ojos serán el embalse de todas las inquietudes o si habrá que cerrarlos ante la insistente presencia de la muerte. Todo ocurre en una calle. Esa misma que ya ha entonado demasiadas despedidas.
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