Dos
seres de un país ordenadamente nórdico ya tienen muy poco que perder. Él, está
enganchado a la botella. Ella, está enganchada a la soledad. Aceptan todo lo
que les viene encima. No importa nada de eso. No importa el desempleo, la
frustración, la decepción continua de un mundo que parece sobrevivir en el
silencio. Van al karaoke para divertirse una noche y todo es espectacularmente
anticuado. Mientras tanto, en la radio, la guerra de Ucrania bombardea los
oídos de los que tratan de buscar alguna luz en ese país en el que la noche
parece haber vencido al día. El amor frío existe. Es aquel en el que hasta la
sonrisa es seria.
Ni siquiera hay besos
en la historia de amor. Sólo hay una especie de convencimiento inamovible de
que son tal para cual. En realidad, son hojas caídas de un árbol desvaído, que
sienten, pero que ya no padecen. Sus sentimientos parecen estar tan congelados
como el ambiente y hasta los momentos de comedia son premeditadamente
espontáneos, muy divertidos, pero sin ninguna risa. La vida se empeña en
golpearles hasta el aburrimiento y ellos están hechos del mismo hielo que les
rodea. Finlandia no es un país amable con los fracasados. Ese paraíso de
estabilidad y progreso también está repleto de trabajos de tercera en
condiciones de cuarta, de abusos continuos más propios de la cultura
mediterránea, de jóvenes que no dudan en robar a cualquier borracho que ha
decidido calentarse con sus propios medios, de seres ahogados en su frustración
que hacen cualquier cosa ante la posibilidad de la compañía. Ni siquiera hay
cuidado. La dejadez es el santo y seña del ciudadano sin estudios que trata de
salir adelante aunque cada día sea exactamente igual al anterior. Son hojas
caídas, sí. No tienen color. No tienen estabilidad. Sólo tienen perseverancia
en mantener su sitio en el suelo.
El director Aki
Kaurismaki consigue una película que resulta tremendamente divertida en su
vertiente más irónica. Sus personajes, desgraciados, candidatos permanentes a
la mediocridad más gris, sueltan sus chistes sin mover ni un músculo, huyendo
de la perplejidad y prisioneros del aburrimiento miserable. Apenas llega a los
noventa minutos de duración y es inevitable no desarrollar un profundo cariño
por esos personajes que deambulan de aquí para allá porque eso es lo que toca,
no porque eso sea lo que desean. Y dentro de esa demoledora crítica hacia la
sociedad y el modo de vida finés, Kaurismaki nos regala la perplejidad de la
pasión más fría, esa que parece que no existe, pero que está incrustada en
corazones sin palpitar. Los silencios elocuentes se suceden y hay un factor
decisivo en todo el argumento y es la presencia palpable de la mala fortuna. Un
teléfono que se pierde resuelto con la perseverancia de la espera, un tranvía
inoportuno cuando la decisión aparece, un encuentro que no fructifica porque,
dentro de la más terrible mediocridad en la que viven, ni siquiera saben
reconocer la oportunidad. Todo es un rompecabezas pasional que no halla
solución en esas miradas que desean decir todo y son incapaces de articular una
palabra más que la irresistible querencia de estar el uno con el otro. El amor
frío tiene estas cosas. Tarda en manifestarse. Le lleva el doble de tiempo.
Así que es fácil enamorarse y no decir nada. Basta con demostrar con actos que crees que alguien es importante para ti. Sólo de ese modo, el día vencerá a la noche tan larga que siempre se cierne sobre Helsinki. Más deprimente que nunca, más mediocre que nunca. Cosas del frío. Cosas verdaderas.
2 comentarios:
La reseña nos recuerda cada instante de la película , donde la importancia de cada personaje radica en su propio mundo de frialdad pero con ánimo de estar proyectado con otra persona y dar algo de calor en la soledad propia del entorno
Bien descrito. Muchas gracias por tu comentario.
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