El caos emocional
preside todos los rincones tropicales de esta película que habla sobre la
delgada separación que existe entre la cobardía y el heroísmo. Tal vez, como
dice el protagonista, el cobarde y el héroe no sean más que personas absolutamente
normales que, en un momento dado, hacen algo que se sale de lo normal. Ese
marino entusiasta que, llevado por la sugestión, comete un error de bulto y
abandona el barco que capitaneaba cuando no era necesario, se convierte en un
hombre que busca la redención entre las hojas de las plantas gigantes. No le
falta bravura a Jim y, sin embargo, para el resto de su vida, tendrá que luchar
con la etiqueta de ser un cobarde. Para ello, lo dará todo por los nativos,
tratará de poner fin al reinado de un señor de la guerra que trafica con armas
e impone su particular sentido de la ley, responderá erróneamente de la
caballerosidad de un tipo que no es más que un cazador furtivo y, al final, en
una última mirada a su alrededor, creerá que el cielo le recibe con campanillas
porque ha conseguido lavar su nombre manteniendo su palabra.
Jim es uno de esos
héroes emocionales que, cuando algo comienza a salir mal, se paraliza en su
empuje porque debe controlar la percepción de las consecuencias. Si no, es
posible que su corazón le impulse a salir corriendo, abandonando a los que más
quiere. Ese armador que es casi como su padre, esa chica que le mira de un modo
con el que nadie más ha conseguido mirarle, la paz que tanto ansía dentro de un
paraíso de lluvia y cielo…Todo acabará destruido por culpa del maldito honor
que perdió en una noche de tempestad y pánico, tan borrosa como húmeda, tan
maldita como verdadera.
Además del caos emocional del personaje, se nota que rodar esta película en medio de la jungla no fue más que una fuente de problemas para el director Richard Brooks. De alguna manera inexplicable, hay fallos de continuidad, como si hubiera unas cuentas escenas desechadas por imponderables que no se repitieron y que hace que, en algún momento, la película avance a trompicones. Algunas cosas no están bien explicadas cuando, en realidad, los diálogos son absolutamente deliciosos en cuanto a su profundidad porque hay verdaderas y valiosas disquisiciones sobre la naturaleza del hombre y sobre su comportamiento. La interpretación de Peter O´Toole es espléndida porque sabía a la perfección cómo conjugar la tormenta interior de su personaje en la borrasca de su rostro sin necesidad de decir nada. Y a su lado se mueve un elenco extraordinario encabezado por James Mason, Paul Lukas, Eli Wallach, Curd Jurgens, Jack Hawkins y un espléndido Akim Tamiroff. Todos estos nombres, aval más que suficiente para cualquier título que quisiera tener una salida de éxito en los sesenta, parecen no tener algunos momentos de lucimiento como si también se hubieran quedado en la moviola. Aún así, Lord Jim tiene momentos espléndidos aunque, en todo su metraje, la verdadera batalla está en el interior de los personajes y no en los acontecimientos que les rodean. Y voy a decir algo bien a las claras, a ver si los dos o tres listos que aún pretenden dar lecciones se enteran bien. No se parece en nada a Apocalypse now. Una película no se parece a otra porque salga un río y una barca. Ni tampoco porque aparezca un señor de la guerra cuyas intenciones son bien distintas a las del coronel Walter E. Kurtz. Sólo tiene un nombre en común y es el de Joseph Conrad, autor de esta novela y de El corazón de las tinieblas en la que se basa la película de Francis Ford Coppola. A piarlas.
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