viernes, 1 de marzo de 2024

EL GRAN DICTADOR (1940), de Charles Chaplin

 

Adenoid Hynkel desea poseer el mundo y jugar con él como si fuese un globo grácil que se mueve a su voluntad. Extiende sus garras sobre Europa desde su nación Tomania y pone toda su maquinaria de guerra a disposición de la crueldad que representa. En el camino, por supuesto, deberá aniquilar al pueblo judío al que odia profundamente a pesar de que en el noticiero se traducen sus palabras como que expresa un intenso amor hacia ellos. Hynkel representa la ridiculez del mal, aunque el mal nunca sea una broma. Es la absoluta certeza de que el cielo estará siempre encapotado para los más débiles, para los países que se oponen a la injusticia, para los estúpidos oligarcas que han permitido que un megalómano gobierne los destinos de una nación que nunca existió.

Por otro lado, un barbero judío, con el mismo aspecto que el dictador, sólo quiere extender sus garras sobre la felicidad a la que cree que tiene derecho, pero los gobernantes, esos extraordinarios cínicos que perdieron el alma en algún escalón de su ascenso al poder, no dejan que pueda poseer algún momento parecido a la plenitud al lado de una chica sencilla, guapa, humilde y sincera. Ése es el gran chiste del mundo yéndose por el desagüe. No hay tregua para los nadie y los alguien son imbéciles desquiciados que cifran toda la erótica del poder en el miedo, en el silencio del más desfavorecido, en la nada de los nadie. Es muy fácil aplastar a los mosquitos. No lo es tanto acabar con ese último reducto de resistencia que es el alma con su compasión, con su solidaridad, con su certeza de que no estamos en un mundo que nos pertenezca, con su verdad incólume e imbatible, sea cual sea. El barbero judío, en el fondo, es mucho más sabio que ese mamarracho de Hynkel, con sus peleas de salón a base de chucrut y spaghettis con ese otro payaso de Napoloni. No hay demasiadas salidas cuando gente así se hace con un poder que nadie hubiera imaginado. Sólo queda esa puerta trasera del interior, esa trinchera inabordable, ese pequeño rincón en el que depositamos todo lo que realmente nos hace hombres.

Charles Chaplin dirigió esta obra maestra de la comedia y de la denuncia del fascismo con pasión, deshaciéndose prácticamente del personaje del vagabundo que, en el fondo, nunca quiso ser otra cosa que eso mismo. Un ser libre, sin ataduras impuestas por nadie, que repartía risas por un mundo en llamas y hacía pensar un poco con un leve gesto de atención. Aquí, Chaplin nos hizo reír a carcajadas, consiguió que tomáramos una figura siniestra de forma ridícula y, además, hizo un alegato por la libertad que, algunos seres bastante abyectos, trataron de convertir en mensaje comunista:

“Lo siento, pero no quiero ser emperador. No es lo mío. No quiero gobernar o conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todo el mundo –si fuera posible-: a judíos, gentiles, negros, blancos. Todos nosotros queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos son así. Queremos vivir para la felicidad y no para la miseria ajena. No queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede proveer a todos.

El camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido el camino. La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio, nos ha llevado al paso de la oca a la miseria y la matanza. Hemos aumentado la velocidad, pero nos hemos encerrado nosotros mismos dentro de ella. La maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos demasiado poco. Más que maquinaria, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y cortesía. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá.

El avión y la radio nos han aproximado más. La verdadera naturaleza de estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama por la fraternidad universal, por la unidad de todos nosotros. Incluso ahora, mi voz está llegando a millones de seres de todo el mundo, a millones de hombres, mujeres y niños desesperados, víctimas de un sistema que tortura a los hombres y encarcela a las personas inocentes. A aquellos que puedan oírme, les digo “no desesperéis”.

La desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de la avaricia, la amargura de los hombres, que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que arrebataron al pueblo, volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueren, la libertad no perecerá jamás.

¡Soldados! ¡No os entreguéis a esos bestias, que os desprecian, que os esclavizan, que gobiernan vuestras vidas; decidles lo que hay que hacer, lo que hay que pensar y lo que hay que sentir! Que os obligan a hacer la instrucción, que os tienen a media ración, que os tratan como a ganado y os utilizan como carne de cañón. ¡No os entreguéis a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquinas con inteligencia y corazones de máquina! ¡Vosotros no sois máquinas! ¡Sois hombres! ¡Con el amor de la humanidad en vuestros corazones! ¡No odiéis! ¡Sólo aquellos que no son amados, odian, los que no son amados y los desnaturalizados!

¡Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud! ¡Luchad por la libertad! En el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el reino de Dios se halla dentro del hombre, ¡no de un hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres! ¡En vosotros! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder, el poder de crear máquinas ¡El poder de crear felicidad! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos todos. Luchemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los ancianos una seguridad.

Prometiéndoos todo esto, las bestias han subido al poder ¡pero mienten! No han cumplido esa promesa. ¡No la cumplirán! Los dictadores se dan libertad a sí mismos, pero esclavizan al pueblo. Ahora, unámonos para liberar el mundo, para terminar con las barreras nacionales, para terminar con la codicia, con el odio y con la intolerancia. Luchemos por un mundo de la razón, un mundo en el que la ciencia y el progreso lleven a la felicidad de todos nosotros. ¡Soldados! ¡En nombre de la democracia, unámonos!

Hannah… ¿puedes oírme? ¡Donde quiera que estés, alza los ojos! ¡Mira, Hannah! ¡Las nubes están desapareciendo! ¡El sol se está abriendo paso a través de ellas! ¡Estamos saliendo de la oscuridad y penetrando en la luz! ¡Estamos entrando en un mundo nuevo, un mundo más amable, donde los hombres se elevarán sobre su avaricia, su odio y su brutalidad! ¡Mira, Hannah! ¡Han dado alas al alma del hombre y, por fin, empieza a volar! ¡Vuela hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza! ¡Alza los ojos, Hannah! ¡Alza los ojos!”.

Alcemos los ojos….  

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