Y es que allí, en la
cumbre de un planeta asolado por la arena, debe ser toda una prueba no sentirse
por encima del pueblo y de cualquiera que se une a los gritos de victoria y
alabanza. La épica suele preceder casi siempre al autoritarismo y es fácil
cambiar el modo de pensar hacia uno en el que todo el mundo va a pensar lo
mismo. Es la misma historia de siempre. Mucho elemento religioso, mucha
venganza, mucho amor dejado atrás y vamos a lo práctico que es mandar y si se
desencadena algún que otro conflicto, mejor que mejor.
Más farragosa y menos
fluida es esta parte en comparación con la primera y no es tan redonda
narrativamente. Algunos extremos se han quedado en la sala de montaje, como es
la caída como prisionera de la amiga de la protagonista o también escaramuzas
que deberían haberse visto. Además, en contraposición a la casi impresionante
estética de la primera, parece como si el director Denis Villeneuve quisiera
escudarse en el plano grandilocuente porque tiene poca historia que contar.
Algunos personajes son rematadamente planos, como el de Austin Butler, aunque
la hechura de la película es notable, con ideas visualmente muy interesantes y
está llena de rostros conocidos que hacen pensar que esta, casi sin ninguna
duda, no va a ser la última parte de la lucha por la especia más buscada del
universo.
Los personajes deben
asumir roles para los que no están preparados, pero son tan acomodaticios que
da lo mismo. El personaje de Javier Bardem, bastante misterioso en su breve
aparición en la primera parte, se convierte en un fanático de la profecía
aunque es justo reconocer que tiene momentos de contención muy adecuados. La
música de Hans Zimmer sigue siendo una presencia constante que bajo algo de
intensidad en comparación, pero llega a
cansar. Notables secuencias de acción, bien coreografiada la lucha final y
mucho protagonismo de los gusanos gigantes que, al fin y al cabo, fueron los
que dejaron con la boca abierta a medio mundo no hace tanto tiempo. Pongámonos
a las órdenes de Paul Atreides, que se pone bastante intenso hacia el final,
porque Timothée Chalamet sigue esparciendo su carisma, pero insiste en tener un
empaque físico mediocre, moviéndose con cierta torpeza, sin presencia de cuerpo
entero o en la reiterada manía de pillarle planos por la espalda cuando las
intenciones de su personaje son bastante oscuras. Al fin y al cabo, a nadie le
amarga un poco de dictadura, sobre todo si se ejerce.
Dejemos que el veneno de la vida penetre en nuestro organismo para que podamos descubrir quiénes somos realmente. Pronto los Atreides darán la bienvenida a un nuevo miembro de la familia y veremos si esta ha sido una película de transición hacia algo realmente prometedor o si basta con ponernos unas siluetas a contraluz de un sol abrasador, unas capas al viento y unas posturas heroicas a lomos de bestias voluminosas para quedarnos con la boca abierta sin atender a lo que se nos cuenta. No sé si seremos capaces de apreciar la diferencia.
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