martes, 5 de marzo de 2024

DUNE, PARTE DOS (2024), de Denis Villeneuve

Si en la primera parte de esta historia asistíamos a la complicada conspiración urdida por elementos cercanos a la dictadura para eliminar a una dinastía de nobles demasiado liberal, en esta ocasión nos colocamos justo enfrente para ver, casi incrédulos, cómo la tentación del poder rodea al héroe hasta situarlo en el mismo borde del cesarismo. Ahí están los peligros del mesianismo exacerbado. No se suelen ver los defectos del protagonista hasta que ya ha pasado la hora de las consideraciones.

Y es que allí, en la cumbre de un planeta asolado por la arena, debe ser toda una prueba no sentirse por encima del pueblo y de cualquiera que se une a los gritos de victoria y alabanza. La épica suele preceder casi siempre al autoritarismo y es fácil cambiar el modo de pensar hacia uno en el que todo el mundo va a pensar lo mismo. Es la misma historia de siempre. Mucho elemento religioso, mucha venganza, mucho amor dejado atrás y vamos a lo práctico que es mandar y si se desencadena algún que otro conflicto, mejor que mejor.

Más farragosa y menos fluida es esta parte en comparación con la primera y no es tan redonda narrativamente. Algunos extremos se han quedado en la sala de montaje, como es la caída como prisionera de la amiga de la protagonista o también escaramuzas que deberían haberse visto. Además, en contraposición a la casi impresionante estética de la primera, parece como si el director Denis Villeneuve quisiera escudarse en el plano grandilocuente porque tiene poca historia que contar. Algunos personajes son rematadamente planos, como el de Austin Butler, aunque la hechura de la película es notable, con ideas visualmente muy interesantes y está llena de rostros conocidos que hacen pensar que esta, casi sin ninguna duda, no va a ser la última parte de la lucha por la especia más buscada del universo.

Los personajes deben asumir roles para los que no están preparados, pero son tan acomodaticios que da lo mismo. El personaje de Javier Bardem, bastante misterioso en su breve aparición en la primera parte, se convierte en un fanático de la profecía aunque es justo reconocer que tiene momentos de contención muy adecuados. La música de Hans Zimmer sigue siendo una presencia constante que bajo algo de intensidad  en comparación, pero llega a cansar. Notables secuencias de acción, bien coreografiada la lucha final y mucho protagonismo de los gusanos gigantes que, al fin y al cabo, fueron los que dejaron con la boca abierta a medio mundo no hace tanto tiempo. Pongámonos a las órdenes de Paul Atreides, que se pone bastante intenso hacia el final, porque Timothée Chalamet sigue esparciendo su carisma, pero insiste en tener un empaque físico mediocre, moviéndose con cierta torpeza, sin presencia de cuerpo entero o en la reiterada manía de pillarle planos por la espalda cuando las intenciones de su personaje son bastante oscuras. Al fin y al cabo, a nadie le amarga un poco de dictadura, sobre todo si se ejerce.

Dejemos que el veneno de la vida penetre en nuestro organismo para que podamos descubrir quiénes somos realmente. Pronto los Atreides darán la bienvenida a un nuevo miembro de la familia y veremos si esta ha sido una película de transición hacia algo realmente prometedor o si basta con ponernos unas siluetas a contraluz de un sol abrasador, unas capas al viento y unas posturas heroicas a lomos de bestias voluminosas para quedarnos con la boca abierta sin atender a lo que se nos cuenta. No sé si seremos capaces de apreciar la diferencia.

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