Después
de ver las primeras obras en solitario de los hermanos Coen, nos damos cuenta
de que en todos los trabajos que hicieron juntos parece ser que Joel ponía la
estética y el arte y Ethan aportaba el absurdo y la perplejidad. El equipo era
prácticamente perfecto y las carencias son evidentes cuando analizamos lo que
están haciendo por separado. A Joel le falta sentido del humor. A Ethan le
puede el caos. En esta ocasión, Ethan nos cuenta la estrambótica historia de
dos chicas que quieren trasladarse a Tallahassee, capital del estado de
Florida, mientras se van encontrando con una serie de personajes que parecen
sacados de un barrio sin razón y de una ciudad sin norte.
Ahí tenemos a dos
chicas a las que les encanta ser lesbianas aunque, en un principio, son sólo
amigas. Y cogen el coche que no deben, con un equipaje que no es apropiado (¿o
sí?) y perseguidas por una serie de individuos que parece que quieren poseer
las réplicas engrandecidas de enhiestos órganos sexuales de diversos prohombres
de la enferma sociedad estadounidense. Ya está el asunto formado. Dinero,
chicas, policías con un perro, algún que otro asesino profesional con miedo
escénico y las dos protagonistas pasándoselo bien con ese combate de caracteres
que predispone a una hacia la ninfomanía y a la otra hacia la represión. Un
cóctel muy Coen.
Sin embargo, parece que
Ethan se da cuenta de que la historia se le queda corta e introduce una serie
de secuencia oníricas que no tienen más sentido que añadir un toque psicodélico
sin venir a cuento y algo de metraje a esta trama que avanza con rapidez y que
puede acabar en cualquier momento. Por supuesto, algún rostro conocido se
disfruta con la rapidez necesaria como el de Matt Damon o el de Colman Domingo,
el último descubrimiento afroamericano del cine, pero esta aventura de
carretera sin sujeción acaba por ser más intrascendente de lo habitual porque
le falta esa férrea disciplina que sí se notaba en las obras de los dos
hermanos, especialmente en películas tan necesarias como Muerte entre las flores o Barton
Fink.
Así que dejémonos de
tonterías y abrámonos a nuevas experiencias. El humor tampoco es que sea
tronchante y la perplejidad que solían causar en el espectador acaba por ser
casi una máscara para tapar las posibles carencias. Es como si a Ethan Coen le
diera por contar uno de sus absurdos viajes con algún que otro alucinógeno de
más y sin tomarse demasiado en serio en ningún momento. Ni siquiera hay uno de
esos famosos cortes que te dejaban con la sonrisa y el talante helado cuando
mejor te lo estabas pasando. No sea que el tono de comedia se olvide en el
interior de una maleta como si fuera…yo qué sé, una colección de consoladores.
Ni con lacito, oigan.
Más vale ir recogiendo lo que se ha podido arramblar teniendo en cuenta que hay una buena cantidad de personajes enfermos y enfermizos que tratan de hacer negocio con unos productos bastante absurdos para el gran público. Aunque quizá yo mismo sea una película de Ethan Coen y destaque por mi corto entendimiento detrás de estas teclas en las que se dibujan tantas y tantas perversiones reprimidas por mi sentido común. Ese mismo que falta cuando el día se convierte en asfalto y hay que perseguir a unas chicas que, realmente, lo único que desean es pasárselo bien, sin ataduras, sin herir a nadie y sin tener ganas de complicarse la existencia por unos cuantos aparatos de apariencia masculina y que más bien parecen billetes de alto valor ordenados pulcramente en una maleta de cáscara metálica. Ustedes verán.
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