Nadie puede imaginar
cuál es el dolor de una madre al comprobar que su pequeña ha sido secuestrada.
Y, tal vez, éste sea un caso demasiado grande para que lo lleven una pareja de
detectives pequeña como Patrick Kenzie y Angie Gennaro. Ellos dos se entienden
bien, tienen una complicidad especial, un respaldo continuo, una especie de
continuación ideal a los pensamientos del otro. Aceptan el caso porque se
conmueven ante la perspectiva de que esa niña esté siendo torturada o haya sido
asesinada. Tendrán que moverse entre los testimonios de mucha gente poco
recomendable en los bajos fondos de Boston. La policía se aviene a colaborar
con ellos porque, al fin y al cabo, son un par de fisgones bastante listos y
tienen los contactos adecuados como para que puedan tirar del hilo con una
información de aquí y otra de allá. Sin embargo, no todo es como lo imaginaban.
La madre de la niña no es, precisamente, un prodigio de responsabilidad y se ha
juntado con una serie de ladrones de tres al cuarto que comienzan a mover droga
y a estafar a proveedores y vendedores. Los propios detectives desatan la
liebre y entonces ocurre lo impensable.
Y es ahí donde Pat y
Angie comienzan a enfrentarse a un dilema moral que es muy difícil de
solucionar. No siempre lo correcto es lo legal. Más aún cuando dentro de lo
correcto se halla la moral. Y hay que decidir. Quizá Pat esté equivocado y
quiera llevar las consecuencias legales hasta sus últimas consecuencias a pesar
de que es un hombre que se equivoca muy pocas veces. Sólo una y no es la mejor
decisión de su vida. Angie, desde su segundo plano de mujer, tiene más razón y
está en lo cierto. No quiere participar en la decisión de Pat y eso no es bueno
para ellos. Boston se erige, fría e impasible, con sus casas de madera al borde
del río, y no ayuda en una decisión de la que Pat se va a arrepentir el resto
de su vida aunque trate de minimizar los daños prometiéndose a sí mismo que,
todos los días, sean un poco más fáciles para quien ha sufrido su error. Pat no
puede despedirse de la pequeña. El resto del mundo lo hará sin pensar en nada
más.
Impresionante película basada en una novela de Dennis Lehane, que Ben Affleck dirige con precisión, con un pulso muy tenso y bien medido y que otorga a su hermano Casey uno de los mejores papeles de su carrera (incluso superior a la película que significó su Oscar al mejor actor, Manchester frente al mar). Al lado de él, excelente Michelle Monaghan y, alrededor de ellos, una pléyade de intérpretes eficaces, sólidos y creíbles como Amy Madigan, Ed Harris, John Ashton, Amy Ryan y dos monstruos sagrados como Ed Harris y Morgan Freeman. El resultado es una película dura, que no suaviza nada en su contexto, pero que coloca al espectador en el mismo dilema moral de los protagonistas y es difícil realizar una elección que lleva a la infelicidad a pesar de que es, indudablemente, lo correcto. ¿Es lo correcto?
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