Sólo
hay dos razones posibles para que las cloacas del Estado se muevan, sientan y
trabajen. Una es la natural tendencia hacia el fascismo de cualquier aparato
que opera bajo el brazo protector de la seguridad nacional. La otra, como no
podía ser de otra forma, es la corrupción. Dinero fresco y sin procedencia,
propietario ni destino. Y no es nueva la idea de utilizar a miembros de
compañías aéreas, privilegiados que pasan los controles con cierta facilidad,
para trasladar el dinero de aquí a allá sin preguntas y, a menudo, sin saber
demasiado bien qué es lo que llevan en esas valijas en negro.
He aquí el caso de un
comandante. Es veterano, capaz de llevar un avión de pasajeros con los ojos
cerrados. Es aparentemente feliz con su pareja y es legendariamente respetado
por sus compañeros. Sin embargo, se le puede apretar porque tuvo un lío con
alguien y, además, ha conseguido pasar los controles médicos periódicos a pesar
de que comienza a tener algún defecto físico que, de saberse, le bajaría de los
aviones automáticamente. Es el correo ideal. Nadie sospechará de él. No ha
cometido nunca un error. Sólo quiere retirarse en vuelo. Tampoco es tanto. Hará
lo que sea para que no le sea retirada la licencia. Denle valijas. Las pasará sin
problemas. Destino: Madrid.
Así, las cloacas se
cobran una nueva presa. Tiene una debilidad y eso lo hace vulnerable. Será uno
más en la red de correos con galones que algún espabilado de los servicios
secretos ha puesto en marcha para vaciar las arcas destinadas a eso tan ambiguo
y tan misterioso como los fondos reservados. Ya se sabe. Son esos fondos que no
son susceptibles de facturas incómodas que justifiquen a dónde han ido a parar
todos los ceros que faltan. De todas formas, la extorsión tiene sus inconvenientes.
Si se ajustan demasiado los pernos, puede que salten por algún lado. Tiene que
ser la presión justa, en el momento adecuado, con el individuo más indicado.
Listos, no, por favor. Esos pueden complicar la vida a cualquiera si se ven con
el agua al cuello.
No está nada mal la
película que ha dirigido Martino Zaidelis con producción de Juan José
Campanella. La trama está muy bien urdida, con momentos de tensión
tremendamente agobiantes y una resolución de cierta altura. Por supuesto,
Guillermo Francella absorbe todo el apartado interpretativo y la música de
Pablo Borghi es excelente, con una variedad de temas que resulta sorprendente
siendo todos ellos muy efectivos. Quizá no esté demasiado bien explicada alguna
relación entre personajes, pero eso se perdona pronto ante una película que
ofrece suspense, alguna que otra sorpresa, angustia, diálogos de ingenio y una
contención narrativa notable. Llega un instante en el que poco importa lo que
lleven esas valijas en negro porque los personajes dominan todo el drama, que
llega a ser tan cercano como posible. Abróchense los cinturones. La intriga
saldrá en unos minutos. Se prohíbe fumar.
Y es que no es fácil renunciar a la vida fácil porque unos tipos, equívocos y engañosos, asegurando que vas a estar vigilado y protegido, tengan un par de fotos y unos informes comprometedores. Lo suyo es conservar lo que se tiene porque el lujo ya no está en la tierra, sino en el cielo. En estar hoy en Miami, mañana en Londres, pasado en Nueva York y al otro en Roma, sin dar explicaciones a nadie, en hoteles de categoría y probando las noches de todos los rincones del mundo. Las nubes pasan con lentitud y puede que estén conspirando para convertirse en una tormenta. Sólo los tipos con decisión e inteligencia pasarán la aduana. Nada que declarar.
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