Es
muy posible que la mente sea el órgano del cuerpo que más se protege a sí
mismo. En muchas ocasiones, es capaz de borrar recuerdos que hacen que seamos
incapaces de enfrentarnos con las cosas que hemos hecho o que hemos pensado.
Así, pues, quizá sea la mayor oponente de la conciencia. Ella acusa y la mente
amnistía. Puede que a alguien le interese reconstruir el recuerdo porque
necesita encontrar culpables de algo que fue inexplicable y, también,
monstruoso. Para ello, nada mejor que volver al momento en el que, de algún
modo, fuimos felices, visitar los lugares que hagan que ese recuerdo se reavive
y encararse con una explicación que, demasiado a menudo, tampoco es suficiente.
Más que nada porque, la
mayoría de las veces, no queremos admitir que un monstruo habita en nuestro
interior. Alguna vez, buscando una salida a un problema terrible, se han tomado
decisiones que coquetean peligrosamente con lo absurdo y con el horror.
Demasiado para una mente que, en el fondo, siempre es débil y que tiene muy
pocas armas para luchar con lo sobrevenido. También en algún lugar de nuestro
interior habita la bondad y, entonces, se entable una lucha que puede oscilar
entre la vida y la muerte.
Por otro lado, se
podría llegar a pensar, en ese navegar por el olvido, que la vida no es más que
un estado de hipnosis y que la verdadera existencia sólo se manifiesta después
de la muerte. Puede que todo sea un sueño que, en muchas ocasiones, se torna
pesadilla. De ahí el olvido, de ahí el intrínseco deseo de la nada, de ahí la
ansiedad que hace que perdamos en un santiamén muchos años, muchos deseos,
muchas fantasías, muchos anhelos. Todo eso también es demasiado para la mente,
siempre cobarde, siempre deseando esconderse tras los estados de ánimo para
poder sobrevivir. ¿Sobrevivir para qué? Para que la vida de los que nos rodean
sea algo más soportable y merezca la pena.
Hay que reconocer que,
por esta vez, un actor limitado como Jaime Lorente acaba por resultar
convincente en la piel de ese joven carcomido por la ansiedad que empieza a
descubrir cosas que descuadran su aparente comodidad. Por otro lado, el
director Jacob Santana articula una película que resulta brillante y absorbente
en su primera mitad y que flojea peligrosamente en la segunda. El motivo final
de toda la conspiración resulta algo débil, pudiendo haber resultado mucho más
atractivo el del maltrato físico y moral. No siempre el dinero debe ser la más
socorrida de las razones. Además de eso, pensando con un poco de frialdad, hay
ligeros vacíos del entramado que hacen que un guion que, como punto de partida,
resulta irremediablemente atractivo, se vaya deshilachando por los bordes, como
los recuerdos que se quieren borrar porque son tan terribles que ninguna mente
podría hacerles frente. En todo caso, el intento es honesto, tiene momentos
realmente a tener en cuenta, e hipnóticamente interesantes.
No es fácil desbrozar los entresijos de una mente para describir lo bajo a lo que se puede llegar con tal de que el destino no consuma sus designios. La mente es capaz de traicionar cualquier realidad y hacer que desaparezca con tal de que la siguiente respiración no sea dolorosa, de que el próximo recuerdo tape con sus paladas de sensaciones la tumba en la que se ha introducido nuestra moral y nuestra coherencia. Deberían de darnos un libro de instrucciones avisándonos del posible fallo de esa maldita traidora que no nos dejará ver la verdad si no es por el camino más doloroso posible. Las cicatrices, por ello, serán más profundas y quizá una última mentira lave parcialmente el terrible hecho que nuestro cerebro se ha esforzado en olvidar. Por encima de nuestra condición humana. Por debajo de nuestro instinto depredador que está presto a salir a la menor oportunidad en la que la vida nos coloca en un dilema de difícil resolución. Por eso, esta película no es mala, sin llegar a ser notable. Es un aviso que nos coloca en el origen del pensamiento y nos dice, bien a las claras, que no apaguemos esa zona de la mente en donde se almacenan los recuerdos…porque nosotros no somos más que nuestros recuerdos.

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