No
es fácil ponerse en el lugar de los demás. Empatizar con los problemas ajenos
no es más que una fuente de dolores de cabeza que se acumulan formando un
cuello de botella de soluciones complejas. Por ello, si hay que trasplantar los
recuerdos de alguien no hay nadie mejor que un tipo que tiene los lóbulos
prefrontales inhibidos, al igual que cualquier adolescente. Solo que él, de
tanta inhibición, ha conseguido ser una bestia asesina que mata sin reparar en
el daño que está haciendo.
Y es que, no se sabe si
para bien o para mal, somos lo que recordamos. La memoria es no solo una
recopilación resumida de nuestras vidas sino también un muestrario de
sensaciones que hacen de nosotros las personas en las que nos hemos convertido.
Es por ello que, ahora que está tan de moda la persecución gratuita, la acción
puramente visual, la explosión gratuita o el disparo continuo, era cuestión de
tiempo que el cine se fijara en el mito de Frankenstein (aunque algunos
preferirán que diga Prometeo) para hacer su propia versión de espías.
El resultado es
irregular porque la película no se decide en ningún momento si tirar por la
vertiente puramente adrenalítica o por el drama moral y ético que supone
usurpar los recuerdos de otro para ocupar su lugar en el estrato familiar. Así
se aprecia un buen planteamiento, bastante prometedor y un desenlace un tanto
increíble. Pero todo carece de nudo. Entre otras cosas porque el asunto tiene
color gótico desde el principio y no deja de seguir una cierta senda coherente.
No deja de ser
condenable, por otra parte, contar en una película con un reparto que incluye a
Kevin Costner, Gary Oldman, Tommy Lee Jones (en uno de los personajes peor
desarrollados de su carrera) y Ryan Reynolds y conseguir solo un producto
mediocre, apenas destacable, previsible y sin diálogos remarcables. El intento
puede, incluso, tacharse de noble, pero rematadamente fallido porque carece de
alma, de consistencia y de empuje. Es la eterna historia de una trama que
podría haber salido bien.
Y es que volver a vivir
vidas que ni siquiera se sabe que existen no deja de ser un ejercicio para que
se humedezcan las manos con la sangre de los demás, con el sufrimiento de toda
esa constelación familiar que gira alrededor del que ha sido víctima, con la
certeza de que, a una gran mayoría, la felicidad ha sido una visita que alguna
vez ha pasado por sus salones aunque sea brevemente. Y eso es mucho más
importante que cualquier interés supranacional que avisa de los peligros de
dejar el poder en manos de irresponsables hacedores de justicia más amantes de
la postura que de la verdad. Porque en cada latido un poco más acelerado por
culpa de la risa, del contento y de la armonía hay un grito de libertad que no
se escucha. Es así de sencillo y de cotidiano y, demasiado a menudo, no somos
capaces de darnos cuenta de su existencia. Quizá allí, en los recuerdos de
otro, en la memoria del extraño, es donde está la verdadera esencia de la vida,
tan fácil de hacerse notar, tan modesta de hacerse ver. Es la delgada línea que
separa al criminal del hombre de familia que ha tratado de construir algo con
la base puesta en algo que nos hemos olvidado de practicar con frecuencia. Se
llama amor.
2 comentarios:
Tampoco me apetecía casi nada, pese a su notable reparto..me sonaba algo al John Woo de "Face to face" y su interesante planteamiento convertido en una película basura.
Y es curioso ver como Kevin se está acercando peligrosamente a Bruce y le empiezan a adjudicar papeles de esta índole, lo que no tiene porque ser demasiado malo. Ahí está sin ir más lejos, "Tres días para matar" dirigida por McG (que venía precedido por cosas tan nefastas como "Los ángeles de Charlie" o "Terminator Salvation") y que a mi me parece mucho más entretenida y con más puntos de interés que, por ejemplo, las venganzas de Liam Neeson.
Ale, otra pa la tele.
Abrazos descartados
El caso es que el intento es original porque bebe del mito de Frankenstein y hay más de un momento en el que nos remite a la película y a la historia en sí misma, incluso momento niña inocente. Tienes razón en lo de Kevin Costner en un papel que le habría ido mucho más a Bruce Willis, sin embargo, como la película quiere ser profunda, renuncia bastante al espectáculo de acción lo que da como resultado una cosa muy irregular, entre otras cosas porque está muy mal dirigida. A Oldman, como casi siempre, hay que ostiarle por el exceso en el que siempre cae y lo de Jones, ojo, como no deje de hacer películas pronto vamos a ver una sombra patética cruzar las pantallas. Cierto es que "Tres días para matar" no está del todo mal porque hay una tendencia a la dureza muy buena que la hace más creíble.
Es lo malo, creo que hay una idea buena dentro del asunto pero no hay ideas claras para desarrollarla.
Abrazos televisivos.
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