Hay que suponer que se
pueden pensar muchas cosas mientras el dolor se hace insoportable por la
tortura de una bota malaya. Para los no iniciados, es un artilugio, una especie
de bota de madera con un torno a un lado que va apretando el tobillo hasta
romperlo y que se utiliza para que alguien confiese algo enterrado en las
profundidades de su voluntad. Mientras la bota malaya estrecha de su holgura,
es fácil pensar en traiciones pasadas, en amores que no merecieron la pena, en
verdades que se convirtieron en mentiras al instante siguiente y en la
seguridad de que los piratas que han abordado el barco no dejarán ni a un alma
con vida. La pena es insufrible y casi no se puede articular un pensamiento
coherente mientras la maldita bota hace su trabajo. Piratas malayos con su
bota. Y el Capitán Alan Gaskell tiene que encontrar alguna salida porque toda
la tripulación depende de ese macabro juego que han puesto en marcha la maldita
rubia de la que un día quedó enganchado y su puñetero amante. Ahí, en medio del
dolor más insoportable, Gaskell se dará cuenta de que nada mereció la pena y
que lo más fácil es rendirse. Con la bota puesta, tratará de salvarlos a todos.
Más tarde ya ajustará las cuentas.
Habrá algún momento de
risa, pero también de tragedia en esta travesía por los mares de China. El
final no acaba de convencer porque lo único que demuestra es que ese hombre que
ha soportado los infiernos de la tortura está demasiado raído por una rubia que
no merece ni su mirada. Y lo que es peor, desprecia a la chica que, aún siendo
menos espectacular físicamente, rezuma elegancia y saber estar. Claro, no se
puede permitir que el héroe se quede sin la rubia explosiva, pero aquí nadie
hubiera dicho ni esta bota es mía.
Clark Gable, Wallace Beery, Jean Harlow y Rosalind Russell son los peones de la trama, que resulta apasionante prácticamente en sus dos primeros tercios, para luego desbarrar en aras de la comercialidad en su recta final. La lujuria manda y más en una época en la que las reglas de la censura aún estaban algo difusas. Lo único cierto es que esa secuencia con un Gaskell desesperado, cojeando lastimeramente porque lleva un ataúd para pies, tratando de salvar a todo el pasaje y a la tripulación de la ira vengativa de unos piratas que obedecen ciertas órdenes, se queda grabada en la mente porque uno no se puede imaginar la pena que puede surgir de un trozo de madera puesto alrededor del tobillo. La dirección de Tay Garnett, especialista en escenas de acción, es delicada y vigorosa mientras los diálogos de Jules Furthman y James Kevin McGuinness, a menudo brillantes y mordaces, van elevando los estandartes de la resistencia a un abordaje que resulta interesante, lleno de peripecias, indeleble en ciertas escenas y con un cierto halo de fascinación que hace que aún guarde algo de magia para los que se acercan con un bote la primera pez. Botes, botas, bocas, bobas, bogas….todo es cuesta arriba en un mar que es más hostil de lo que sugieren sus aguas…
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