Cíñete
al plan. Huye de cualquier síntoma de empatía. No hay ningún motivo para que te
desvíes del objetivo. Un asesino comete un error fortuito. Y debe pagar. Y,
luego, naturalmente, él devolverá el pago con intereses. Es el negocio. Un
contrato debe cumplirse y, si no es así, la indemnización debe compensar
cualquier posible contratiempo. El asesino hablará desde la conciencia. Nos
descifrará sus pensamientos. Y descubriremos que, en su aparente frialdad, en
su asesina impavidez, tiene mucho que decir.
No es un hombre que
hable mucho. Cuando busca conversación sólo pronuncia tres o cuatro palabras.
Sin embargo, en su interior, no deja de hablar, de pensar, de concluir. Su
mirada es de hielo, y su corazón, sencillamente, no existe. Sus movimientos son
matemáticamente mecánicos. Sabe lo que hay que hacer en cada momento y en cada
lugar. El contrato se cumple. Sea como sea. Y si no, hay que indemnizar…sólo
que eso vale en las dos direcciones. Y el asesino no va a permitir que nadie
dañe lo que pertenece exclusivamente a su ámbito privado. También lo tiene. Y
no es un refugio. Es un rincón en donde nos damos cuenta de que, en el fondo,
ese tipo que sobrevive asesinando por encargo, busca lo mismo que buscamos
todos.
La película del
director David Fincher destaca por varias razones. La primera de ellas, es su
notabilísima dirección en una película que es menos ambiciosa que sus empeños
anteriores, pero que delata el enorme cineasta que late al otro lado del
objetivo. La segunda, sin lugar a ninguna duda, es la interpretación de Michael
Fassbender como ese asesino de mirada gélida y que, de alguna manera un tanto
misteriosa, es capaz de transmitir todo lo que hierve detrás de esa cortina de
acero que él mismo se ha encargado de construir. La tercera, es el inquietante
uso del sonido que realiza Fincher. Y la cuarta es el resultado final de la
película que acaba por ser inquietante, interesante, esclava de la voz fuera de
campo que narra toda la acción del interior del asesino y que, bien mirado, es
una constatación de cómo se salta sus propias reglas a cada paso. Aunque no
pestañee al acometer sus empresas. Aunque siga estirándose a los pies de una
ventana para desentumecer los músculos adormilados en una interminable espera.
Aunque sea ese hombre que no huye de las cámaras, pero que procura no ser
memorable en ninguna de sus acciones. Aquí también nos saltamos las reglas.
Todo es reducir la
respiración al mínimo. Mantener el dedo firme sobre el gatillo y elegir el
momento adecuado para que el mensaje de muerte salga del cañón con destino
certero. El problema es cuando el cartero entrega la carta en destinatario
equivocado y hay que devolver al remitente. Un error es la muerte. Un acierto
es la muerte. Al asesino le trae todo sin cuidado… ¿Todo?... ¿Todo?
Por el camino habrá ocasión de cruzarse con abogados intermediarios, con individuos bestiales, con palillos de mujer y con advertencias de altura en áticos de lujo. Ah, y no se olviden en echar un vistazo a los nombres falsos que utiliza el asesino. Quizá podamos descubrir a dos individuos que formaban a una extraña pareja, a un periodista televisivo de enganche y colmillo, al propietario de un famoso bar neoyorquino… No deja de ser un juego de gato y ratón en la que el espectador, por supuesto, desempeña el papel del ratón. Y, sin lugar a dudas, todos, hasta aquellos que no tienen corazón, ni alma, ni empatía, ni son partidarios de improvisar, buscan lo mismo que el común de los mortales y no es otra cosa que vivir con tranquilidad. Quédense con eso.
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