jueves, 2 de noviembre de 2023

THE KILLER (2023), de David Fincher

Cíñete al plan. Huye de cualquier síntoma de empatía. No hay ningún motivo para que te desvíes del objetivo. Un asesino comete un error fortuito. Y debe pagar. Y, luego, naturalmente, él devolverá el pago con intereses. Es el negocio. Un contrato debe cumplirse y, si no es así, la indemnización debe compensar cualquier posible contratiempo. El asesino hablará desde la conciencia. Nos descifrará sus pensamientos. Y descubriremos que, en su aparente frialdad, en su asesina impavidez, tiene mucho que decir.

No es un hombre que hable mucho. Cuando busca conversación sólo pronuncia tres o cuatro palabras. Sin embargo, en su interior, no deja de hablar, de pensar, de concluir. Su mirada es de hielo, y su corazón, sencillamente, no existe. Sus movimientos son matemáticamente mecánicos. Sabe lo que hay que hacer en cada momento y en cada lugar. El contrato se cumple. Sea como sea. Y si no, hay que indemnizar…sólo que eso vale en las dos direcciones. Y el asesino no va a permitir que nadie dañe lo que pertenece exclusivamente a su ámbito privado. También lo tiene. Y no es un refugio. Es un rincón en donde nos damos cuenta de que, en el fondo, ese tipo que sobrevive asesinando por encargo, busca lo mismo que buscamos todos.

La película del director David Fincher destaca por varias razones. La primera de ellas, es su notabilísima dirección en una película que es menos ambiciosa que sus empeños anteriores, pero que delata el enorme cineasta que late al otro lado del objetivo. La segunda, sin lugar a ninguna duda, es la interpretación de Michael Fassbender como ese asesino de mirada gélida y que, de alguna manera un tanto misteriosa, es capaz de transmitir todo lo que hierve detrás de esa cortina de acero que él mismo se ha encargado de construir. La tercera, es el inquietante uso del sonido que realiza Fincher. Y la cuarta es el resultado final de la película que acaba por ser inquietante, interesante, esclava de la voz fuera de campo que narra toda la acción del interior del asesino y que, bien mirado, es una constatación de cómo se salta sus propias reglas a cada paso. Aunque no pestañee al acometer sus empresas. Aunque siga estirándose a los pies de una ventana para desentumecer los músculos adormilados en una interminable espera. Aunque sea ese hombre que no huye de las cámaras, pero que procura no ser memorable en ninguna de sus acciones. Aquí también nos saltamos las reglas.

Todo es reducir la respiración al mínimo. Mantener el dedo firme sobre el gatillo y elegir el momento adecuado para que el mensaje de muerte salga del cañón con destino certero. El problema es cuando el cartero entrega la carta en destinatario equivocado y hay que devolver al remitente. Un error es la muerte. Un acierto es la muerte. Al asesino le trae todo sin cuidado… ¿Todo?... ¿Todo?

Por el camino habrá ocasión de cruzarse con abogados intermediarios, con individuos bestiales, con palillos de mujer y con advertencias de altura en áticos de lujo. Ah, y no se olviden en echar un vistazo a los nombres falsos que utiliza el asesino. Quizá podamos descubrir a dos individuos que formaban a una extraña pareja, a un periodista televisivo de enganche y colmillo, al propietario de un famoso bar neoyorquino… No deja de ser un juego de gato y ratón en la que el espectador, por supuesto, desempeña el papel del ratón. Y, sin lugar a dudas, todos, hasta aquellos que no tienen corazón, ni alma, ni empatía, ni son partidarios de improvisar, buscan lo mismo que el común de los mortales y no es otra cosa que vivir con tranquilidad. Quédense con eso.

 

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