Sigue al hombre que
sigue a un amigo. Es la sencilla filosofía de Finian. Es un tipo extraño, una
especie de nómada que vaga por algunos pueblos de Irlanda con una bolsa en el
brazo y una hija en la espalda… ¿o es al revés? Bueno, da igual. El caso es que
Finian es un tipo que, allá por donde pasa, cambia las vidas de cuantos le
rodean. Tal vez porque lleva una marmita legendaria que encontró al pie de un
arco iris. O, tal vez, porque ya va siendo hora de tener en cuenta a la gente de
color más allá de las tonterías y clichés propios de algunos lugares. Ahora
Finian llega a un pueblo de nombre impronunciable y va a dar unas cuantas
lecciones de racismo a algunas personas que no tienen ningún reparo en humillar
a los negros del lugar. Mientras tanto, bailará con alegría, llevará un buen
ambiente allí por donde pase y hará que los duendes se hagan hombres y algunos
hombres sean poco más que unos duendes.
Mientras tanto, siempre
hay tiempo para que una hija comience a soltarse de los bolsillos de su padre
y, por supuesto, el amor está por medio. Basta con decir unas cuantas notas
musicales al azar y el hechizo está servido. El encanto se extiende por el
pueblo y los días comienzan a tener una especie de ambiente mágico. Es algo
extraño. Sigue al hombre que sigue a un amigo. Finian, con su sonrisa perenne,
es un hombre sabio, tranquilo, quizá algo excéntrico, pero irremediablemente
encantador…con todas las acepciones que pueda tener esta palabra.
Resulta chocante
comprobar que el director de esta película musical sea un director de las
características de Francis Ford Coppola aunque se comprende que quisiera
hacerse cargo del proyecto sólo para tener la oportunidad de trabajar al lado
de Fred Astaire en la que fue su última aparición en un musical. Sin embargo,
es posible que Petula Clark no fuera la actriz más adecuada para dar vida a su
hija y que ese pequeño y algo insidioso duende de gesto desagradable que era
Tommy Steele llegue a cansar un poco. No obstante, el resultado es bueno, con
números musicales muy bien coreografiados y dirigidos y con algún que otro
momento que, de haber sido rodado en la edad de oro del musical, hubiera pasado
a la historia. En algún pasaje, incluso, parece como si los pies no pudieran
estarse quietos y también quisieran ir en busca de la olla de oro que dicen que
está en un extremo del arco iris…supongo que ustedes no creerán esa patraña.
Así que dejémoslo todo en que, quizá por primera vez, El valle del arco iris sea uno de los primeros musicales que aborda abiertamente el tema del racismo entre blancos y negros y que no rehúye su responsabilidad. Sólo por eso, debería ser rescatado del olvido al que se le ha condenado por haber sido realizada en una época en la que no le correspondía, con un intérprete que sólo tenía setenta años y que aún bailaba como los ángeles y con un director que, en apenas tres, iba a situarse en la primera línea de los cineastas. Ustedes deciden… ¿bailamos?
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