Se trata de la primera
acción bélica de los Estados Unidos en suelo vietnamita. Una guerra
incomprensible a diez mil kilómetros de distancia. Sin embargo, los soldados
elegidos van sin pestañear porque ése es su deber, porque han sido entrenados
para intervenir en esas situaciones. Y no hay que hacerse preguntas. Lo que sí
van a tener es muchas respuestas porque van a probar a sangre y fuego lo que
significa una batalla sin cuartel que, a pesar de ganarse, no es más que una
muestra de que esa guerra se iba a perder. Por allí está un reportero y
fotógrafo de prensa que tratará de reflejar la historia de todos cuantos allí
murieron aunque no fueron abandonados. El Teniente Coronel Harold Moore se
encargará de que todos, vivos o muertos, sean trasladados como es debido a sus
lugares de origen. Mientras tanto, en casa, ellas, sus mujeres esperan y
esperan y unos malditos sobres amarillos parecen llegar con cuentagotas,
llevando una misiva, muy cuidadosamente redactada por el Secretario de Estado,
dando el pésame por el fallecimiento en combate de sus maridos. Eso, se quiera
o no, también es una batalla muy difícil de librar porque, en cualquier
momento, el ruido de un motor parándose en la puerta de sus casas puede ser el
preludio de la peor de las noticias.
En el frente, mientras
tanto, las peores cosas desfilan por el terrible teatro de operaciones. La
muerte se presenta de forma brutal, sin piedad, en sus peores formas, con los
peores sufrimientos. Y los sueños y los planes se esfuman con un bombardeo de
napalm demasiado ajustado, o un ataque lanzado en hordas para que no haya
suficientes balas que disparar. La guerra hace a los hombres demasiado pequeños
y, en contadas ocasiones, demasiado grandes. Y todos mueren. Los unos y los
otros. Los que escriben en un idioma incomprensible largas cartas a sus novias
y los que están deseando volver para conocer a un hijo que aún se está
gestando.
A pesar de ser una victoria, el director Randall Wallace sabe retratar el momento como una derrota personal porque todos aquellos hombres vieron como su vida jamás volvió a ser la misma después de probar el sabor de la sangre. Con un reparto muy eficaz, encabezado por un acertado Mel Gibson y secundado por una Madeleine Stowe admirablemente contenida en su papel de ser la primera defensa contra las peores noticias, la película guarda momentos realmente poéticos frente a otros tremendamente duros. Y es que no sólo son vidas perdidas. Son vidas trastornadas, que transforman su existencia totalmente. Sin remisión. Sin posibilidad de marcha atrás. Por la estupidez. Por la inclemencia de los hombres que siempre planean el asesinato de los demás. Por la seguridad de que la infelicidad y la desgracia se van a instalar para siempre en el corazón de muchas personas. Por defender un uniforme que empuja hacia la muerte. Por un muro conmemorativo donde figurarán los nombres de aquellos que cayeron y no tuvieron ninguna oportunidad. Por aquellos que una vez creyeron que eran soldados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario