Con motivo de la festividad de la Almudena en Madrid, vamos a despedir el blog hasta el martes 14 de noviembre. Hasta entonces, id al cine, aunque no sea a ver esta película.
Por
fin hemos dado con una película que es, prácticamente, un compendio de todo lo
que no se debe hacer en cine. Intenta ser una historia de terror juvenil…y, la
verdad, no asusta salvo por lo mala que acaba siendo. ¿Las interpretaciones? No
me hagas reír que se trata de pasar miedo. ¿La dirección? Pues hasta mediada la
vaina, más o menos, todavía tiene un pase, pero es que, de repente, les da un
ídem y la trama comienza a dar saltos incomprensibles, a no explicar nada, a
confundir lo sobrenatural con lo real y acaba por no tener ningún sentido. ¿La
banda sonora? Es que ni siquiera se molesta en poner algo de música de los
ochenta que, al fin y al cabo, es lo que quiere criticar u homenajear, aún
estoy preguntándome lo que pretende. ¿La fotografía? Pues tampoco es nada de la
otra pizza. Oscura, sin gracia, sin resaltar mucho los colores, pero sin
apostar por la monocromía…
Y es que, además, por
si fuera poco, jugando a ser Alfred Hitchcock, pero sin tener ni idea de lo que
significa eso, se presenta un lado de la historia que pasa por ser fundamental
y luego…bueno… ¿para qué resolverlo? Si ya la gente se va con unos buenos
sustos que saben a precocinados, sin originalidad, sin pulso, sin nada de nada.
Y, claro, dicho todo esto, resulta muy difícil continuar el artículo porque no
se puede destacar ni a los personajes animatrónicos que, se supone, son la
caña. Póngame dos, por favor, a ver si se me quita el dolor de cabeza y la
sensación de ridículo por ir a ver algo tan sumamente inferior a mi cintura.
Se supone (y digo que
se supone porque yo no soy asiduo a los videojuegos) que esta tomadura de pelo
está basada en uno. Sin embargo, ya se hizo algo parecido hace un par de años
con Nicolas Cage de protagonista bajo el título de Willy´s Wonderland que, debido a la pandemia, no se estrenó en
salas comerciales y pasó directamente al mercado digital. El caso es que aquí
resulta hasta patético ver al pobre de Josh Hutcherson tratando de imprimir
algo de carne a un personaje que tiene menos membrana que esqueleto. No digamos
ya del resto del reparto, empezando por una Mary Stuart Masterson (¡qué tiempos
aquellos de Tomates verdes fritos!)
que tiene que pasearse con permanente cara de malas pulgas intentando darle a
su papel una vuelta de tuerca malvada en, de nuevo, otra parte de la trama que
no va a ninguna parte por obra y gracia del espíritu animatrónico de nuestro
señor Jim Henson.
Diablos, seré que me
estoy volviendo viejo y que recuerdo con nostalgia que la primera vez que salí
sin la tutela de mis padres y convencí a cuatro amigos incautos a que me
acompañasen a ver Al final de la escalera,
cuando apenas rozábamos los catorce años y salimos verdaderamente acongojados
de la experiencia. Por si fuera poco, a la semana siguiente volví a exhibir mis
dotes persuasivas y nos plantamos delante de Llama un extraño, versión del 79, y, aunque la experiencia fue
menos intensa, decidieron no volver a acompañarme al cine porque estaban
literalmente lívidos de miedo. Si la película hubiera sido ésta que hoy nos
ocupa, me habrían dejado de hablar con toda probabilidad.
Así que disfruten del vendaval, o mójense bajo la intensa borrasca de ignoto nombre. Lo pasarán mucho mejor que delante de este supuesto cuento de terror que sólo vale para vaciar el tubo de somníferos y quedarse dormido montándose su propia película. Si oyen algún ruido, no se preocupen. Es el frigorífico que se pone en marcha. Lo demás es puro aprovechamiento.
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