¿Cuántas obras maestras
han podido quedarse sin publicar? ¿Cuántas almas se han quedado sólo en el
papel en el que se escribió su relato, o su estudio, o su filosofía a pesar de
ser sinceras y muy legibles? ¿Cuántas veces lamentó en privado un escritor ese
continuo rechazo a su obra que, por supuesto, él consideró tan buena mientras
la escribía? En una biblioteca de la Bretaña francesa se almacenan los
manuscritos de cientos de autores desconocidos que jamás llegaron a la
imprenta. Y en uno de sus estantes, existe una novela, ambientada en los
tiempos de Pushkin. Un relato de amor y muerte titulado Las últimas horas de una historia de amor. Un título atractivo,
sereno y, a la vez, trágico. Lo escribió un tal Henri Pick, un pizzero de una
localidad cercana que, entre pizza y pizza, se sentaba en su escritorio de
repasar cuentas y ponía en papel todo lo que anidaba en su corazón…
Y un cuerno, dice Jean
Michel Rouche, un afamado crítico literario. La novela es fantástica, inigualable,
perfecta, pero de ahí a que la escriba un pizzero de un pueblo del interior de
Francia, va un trecho. Investigando un poco, Rouche descubre que ese señor ni
había sido visto escribiendo en su vida, ni había leído a Pushkin, ni sabía
nada de Rusia…e, incluso, su hija le enseña una carta preciosa en la que no hay
ni rastro de su estilo, ni rastro de intelectualidad y ni rastro de nada. Aquí
hay un engaño de tomo y lomo, nunca mejor dicho, y Rouche se propone descubrir
qué es lo que hay detrás de esta fantástica conspiración artística. Mientras
tanto, por supuesto, su vida se derrumba porque, al poner en duda una novela de
tan amplia aceptación, ha perdido su trabajo al frente de un afamado programa
de televisión y, de paso, su matrimonio se ha ido al apéndice.
Sin dejar el humor de lado en ningún momento, hay que reconocer que Remi Bezançon consigue una película divertida, ágil, en la que coloca al espectador encima mismo de las pistas que sigue este individuo un tanto elitista, educado, pero bastante cínico, que trata de derribar mitos porque cree que no hay nada más allá de Víctor Hugo y que absorbe los rasgos de un actor seguro y efectivo como Fabrice Luchini. Se pasa por pueblos pintorescos, calles mojadas, ambientes limpios y fingimientos intelectuales de salón de copas de vino blanco y alta charla sobre la mejor literatura y entre esas dos fronteras debe moverse el protagonista, decidido a hacer que un libro sea sincero no sólo por lo que dice, sino también por lo que es. Y lo primero de todo es ir a ver, sentir y tocar esa biblioteca de libros rechazados que ha sacado del anonimato a un simple pizzero que, por otro lado, ha desencadenado una moda absurda por parte de los siempre caprichosos editores por buscar obras maestras en ese templo del saber mandando a un par de becarios a ver si consiguen ver algo salvable en un manuscrito titulado Las muñecas no sufren de menopausia. Cosas del mundo editorial.
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