jueves, 23 de noviembre de 2023

LA ERMITA (2023), de Carlota Pereda

 

En una villa cualquiera, de esas en las que el tiempo dibuja el negro sobre los muros impávidos de la lluvia gris, corren leyendas que han perdurado a través de los siglos en las que los espíritus parecen no haber encontrado descanso. Todos los años se organiza una representación de una crueldad sin límites cuando la medicina era tan primitiva que se creía que Dios era el mejor galeno. Mientras tanto, algunas personas han desarrollado un don que intenta, una y otra vez, establecer comunicación con la víctima más inocente de aquellas indecencias. La muerte, ya se sabe, le gusta jugar con el mundo de los vivos y de los que ya no pueden protestar.

Las despedidas se han sucedido en el mantenimiento de ese don sobrenatural que se mueve tan fácilmente entre la credulidad y la falacia. Una niña lo posee y trata de entrenarlo y dominarlo para salvar la única despedida que nunca nadie ha querido experimentar. Y una mujer que mantiene la mitad de su rostro hundido entre las tinieblas reniega de él porque no comprende tanto sufrimiento sin sentido, tanto sentimiento herido, tanta desgracia que ha vaciado su corazón sin relleno posible.

La directora Carlota Pereda sorprendió con aquella Cerdita que basaba su venganza en una cuestión de kilos para adentrarse ahora en el difuso terreno de lo real y lo sobrenatural. Su escritura, durante la mayor parte de la película, es nítida y hasta ejemplar. Durante ese período, introduce elementos de inquietud, de incomodidad removida y hasta algún que otro instante de turbiedad rechazable. Sin embargo, en la recta final, parece perder el centro de visión y se tiene la sensación de que no sabe muy bien qué es lo que quiere contar. Con ese defecto, la película llega al aprobado, pero no ofrece mucho más aunque cuente con la esforzada interpretación de Belén Rueda, que se está convirtiendo en la primera dama del terror español al igual que Barbara Steele lo fue en el británico de los años sesenta. Y, por supuesto, hay que destacar por derecho propio, la ingenuidad infantil maravillosa que desprende la niña Maia Zaitegi y la ternura terminal que exhibe con seguridad Loreto Mauleón. Incluso sorprende lo poco aprovechada que está la protagonista de Cerdita, Laura Galán, en lo que es, prácticamente, una aparición especial que brilla en apenas unos momentos. Por lo demás, las hechuras de la película son notables, con una buena fotografía y una cierta seguridad en la destreza de la planificación de Carlota Pereda.

Y es que en el verde de algún pueblo de fuego y humedad se hallan esos muros que han separado cariños y que, muy a menudo, la muerte se ha encargado de edificar con piedras insalvables. Todo para que el infierno sea exclusivo de aquellas que saben mirar y soportar visiones horribles de putrefacción enfermiza, sangre de inocentes que fueron sacrificados para supuestamente salvaguardar la salud de la mayoría, madres de obsesión que quisieron mostrar los caminos del otro lado, despedidas de lágrima injusta asesinando la inocencia. Las fiestas demuestran también la indiferencia basada en la diversión cuando las llamas están ahí mismo, cruzando el siguiente prado, salvando la siguiente colina. El escepticismo trocará en acérrima creencia y la vida, quizá por última vez, se impondrá a la muerte…aunque el precio sea, siempre y sin solución, la soledad más dolorosa. Las piedras serán testigos. El fraude será desterrado. Sólo queda abrir los dos ojos y despejar el velo que nos separa de los lamentos.

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