miércoles, 22 de noviembre de 2023

EL FARSANTE (1956), de Joseph Anthony

 

Quizá Lizzie necesite un cambio. Alguien que venda ilusión y un punto de sorpresa en medio de unas vidas aburridas y empolvadas. El tiempo ha sido implacable y Lizzie ya tiene todas las papeletas para ser una de esas chicas que se quedan para vestir santos. No, nunca ha venido alguien que plantara una semilla de alegría en el corazón lo suficientemente grande como para que ella se decidiera a dar el sí. Y ha dicho mucho que no. Y se ha convertido en un terreno yermo, algo árido y, por supuesto, bastante abandonado. Lizzie sigue esperando la lluvia.

Bill es un charlatán, un tipo que se aprovecha de la credulidad de las gentes para convencerles de que tal o cual día el agua caerá del cielo. O que un tornado se va a formar en pocas fechas en un lugar donde jamás ha habido uno. Es el hacedor de lluvia, es el tipo del que nadie se fiaría. Sin embargo, él vende ilusión aunque no hace magia. Él tiene un punto de sorpresa aunque es un oportunista algo despreciable. Puede que Bill sólo sea otro tipo que está de paso y que intentará sacar partido de la situación. Sin embargo, es posible que los milagros existan. Es posible que la lluvia caiga allí donde el sol parece estar inmóvil. Es posible que éste individuo despreciable y algo idiota sea quien encienda el corazón de Lizzie.

Y así, damas y caballeros, es como llega la esperanza. Bill promete siempre lo que no puede cumplir y, sin embargo, parece como si esta vez se removiera su emoción. La maldita solterona de ese pueblo perdido le hace sentir algo, como unas cuantas nubes que se mueven orgullosas de su tono grisáceo, como un rayo lejano caído en algún sembrado más allá del horizonte. Lizzie sabe que es un farsante, pero quiere creer. Puede que lea en él algo que nadie más es capaz de leer. Cuando no suelta su verborrea estúpida sobre tornados y tormentas llega a ser un hombre encantador. Y Lizzie le mira de otra forma, de esa forma, de la única forma.

Adaptación de la obra teatral de Richard Nash, El farsante reunió a Burt Lancaster con Katharine Hepburn para narrar lo que, realmente, es una historia de amor. Con algún momento de vacío, como si determinadas piezas quedaran suspendidas en el limbo y no terminaran de encajar, ambos realizan una interpretación maravillosa, sensible, llena de matices, otoñal e ilusionadamente crepuscular. Puede que el amor sea imposible, pero también lo es la lluvia y, de vez en cuando, el milagro ocurre. Luego habrá otros pueblos, otros días despejados, otros soles abrasadores, pero no habrá otro hombre como Bill. Lizzie lo sabe. Y quizá merezca la pena arriesgarse por una vez con alguien que sólo vende humo. Sus fanfarronerías son sólo apariencia. La cuesta abajo de Lizzie es sólo un estado de ánimo. Y… ¿quién sabe? Es posible que, un día, mirando al suelo, todos comiencen a darse cuenta de que se forman unos pequeños circulitos de agua en el polvo y el aire sople con algo de fuerza. Tanta como la que puede tener el amor de verdad.

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