Un hombre mata a otro
de un golpe en la cabeza y, después, lo rocía con gasolina y lo quema. Un
asesinato brutal, innombrable, realizado con saña y alevosía. No cabe duda de
que el hombre es culpable. Sólo hay que buscar los motivos de ese asesinato. El
abogado defensor hará lo imposible por encontrar algún atenuante, pero es
difícil porque el asesino es reincidente. Treinta años atrás también mató a dos
prestamistas por una cuestión de dinero. Al principio, la versión del procesado
incluye el motivo del robo, pero va cambiando. Un detalle allí, otro allá. Las
cosas se van descuadrando. No hay atenuantes. Incluso llega a deslizar la idea
de que el crimen fue idea de la mujer de la víctima y que le pidió que acabara
con la vida de su marido a través de un correo electrónico. No es concluyente.
Las vías se acaban y sólo se puede pedir la pena de muerte para él porque es su
tercera incursión en las oscuras aguas del crimen.
Sin embargo, el abogado
no termina de convencerse. Él quiere investigar, quiere encontrar un sentido a
todo. Más que nada porque su vida está en una de esas encrucijadas en las que
todo comienza a perder sentido. Necesita que ese asesinato, realizado por un
hombre que no externaliza ningún comportamiento violento, tenga una
justificación. Y el abogado la va a encontrar, aunque sólo le servirá a él.
Como si la sala de justicia estuviera en su corazón y el latido que asemeja el
mazo de un juez absolviera sinceramente a ese hombre que hizo algo terrible a
consecuencia de algo aún más terrible.
Hirokazu Koreeda no
dejó de hacer una aproximación a los interiores familiares con esta película
que se adentra más en los vericuetos del cine negro que en los del melodrama
que, en realidad, ha sido siempre su especialidad. En esta ocasión, Koreeda
vuelve a hurgar en la moral, en el concepto básico de lo que está bien y de lo
que está mal y en que no siempre es fácil distinguir lo uno de lo otro. Con un
ritmo irremediablemente lento, vamos descubriendo los motivos de ese asesinato
execrable que, de alguna manera, también recuerda El crimen de Monsieur Lange, de Jean Renoir en sus exposiciones
éticas. El resultado es una película en la que, a pesar de su corte
marcadamente pesimista, se termina con la sensación de que aún hay gente que
merece la pena en este mundo, gente que no ha tenido demasiadas oportunidades y
que ha sido condenada de antemano a vagar por la cadena perpetua que es vivir.
Koreeda se mueve como pez en el agua para ofrecernos un retrato de familia
perdida que, a su vez, lleva a otra familia extraviada que, en última
instancia, también conduce a otra familia sin rumbo. Todo por culpa de un
asesinato que no es que sea disculpable. Es que es justificable e, incluso,
comprensible.
Anchos son los pasillos
de la moral cuando lo horrible se abre paso a través de la inocencia. Todo
porque los sueños, a veces, quedan inscritos en una nieve que, inevitablemente,
acabará derritiéndose.
No hay comentarios:
Publicar un comentario