martes, 8 de abril de 2025

EL TERCER ASESINATO (2017), de Hirokazu Koreeda

Un hombre mata a otro de un golpe en la cabeza y, después, lo rocía con gasolina y lo quema. Un asesinato brutal, innombrable, realizado con saña y alevosía. No cabe duda de que el hombre es culpable. Sólo hay que buscar los motivos de ese asesinato. El abogado defensor hará lo imposible por encontrar algún atenuante, pero es difícil porque el asesino es reincidente. Treinta años atrás también mató a dos prestamistas por una cuestión de dinero. Al principio, la versión del procesado incluye el motivo del robo, pero va cambiando. Un detalle allí, otro allá. Las cosas se van descuadrando. No hay atenuantes. Incluso llega a deslizar la idea de que el crimen fue idea de la mujer de la víctima y que le pidió que acabara con la vida de su marido a través de un correo electrónico. No es concluyente. Las vías se acaban y sólo se puede pedir la pena de muerte para él porque es su tercera incursión en las oscuras aguas del crimen.

Sin embargo, el abogado no termina de convencerse. Él quiere investigar, quiere encontrar un sentido a todo. Más que nada porque su vida está en una de esas encrucijadas en las que todo comienza a perder sentido. Necesita que ese asesinato, realizado por un hombre que no externaliza ningún comportamiento violento, tenga una justificación. Y el abogado la va a encontrar, aunque sólo le servirá a él. Como si la sala de justicia estuviera en su corazón y el latido que asemeja el mazo de un juez absolviera sinceramente a ese hombre que hizo algo terrible a consecuencia de algo aún más terrible.

Hirokazu Koreeda no dejó de hacer una aproximación a los interiores familiares con esta película que se adentra más en los vericuetos del cine negro que en los del melodrama que, en realidad, ha sido siempre su especialidad. En esta ocasión, Koreeda vuelve a hurgar en la moral, en el concepto básico de lo que está bien y de lo que está mal y en que no siempre es fácil distinguir lo uno de lo otro. Con un ritmo irremediablemente lento, vamos descubriendo los motivos de ese asesinato execrable que, de alguna manera, también recuerda El crimen de Monsieur Lange, de Jean Renoir en sus exposiciones éticas. El resultado es una película en la que, a pesar de su corte marcadamente pesimista, se termina con la sensación de que aún hay gente que merece la pena en este mundo, gente que no ha tenido demasiadas oportunidades y que ha sido condenada de antemano a vagar por la cadena perpetua que es vivir. Koreeda se mueve como pez en el agua para ofrecernos un retrato de familia perdida que, a su vez, lleva a otra familia extraviada que, en última instancia, también conduce a otra familia sin rumbo. Todo por culpa de un asesinato que no es que sea disculpable. Es que es justificable e, incluso, comprensible.

Anchos son los pasillos de la moral cuando lo horrible se abre paso a través de la inocencia. Todo porque los sueños, a veces, quedan inscritos en una nieve que, inevitablemente, acabará derritiéndose.

 

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