Muchos docentes con
vocación se desviven por transmitir no sólo conocimientos, sino también
actitudes. Al fin y al cabo, es función de la escuela aprender a convivir en
sociedad, respetando ciertas reglas que siempre salvaguarden la dignidad de
todos. Hasta ahí, todo va bien. Sin embargo, se ha instalado en el sistema de
enseñanza una especie de virus que impone todo lo políticamente correcto y que,
en uno de sus daños colaterales más evidentes, maniata a los profesores cuando
deben resolver esos problemas de convivencia.
Carla Nowak es una
profesora que trabaja con entusiasmo. Cree que la gente debe ser
predominantemente buena en un colegio. Ella imparte matemáticas y educación
física y trabaja el ritmo y el razonamiento lógico en sus clases, así como el
ejercicio deportivo siempre dentro de las normas del respeto. Se han cometido
varios robos dentro del recinto escolar y se trata de hallar al culpable y se
ha acusado al alumno equivocado. Quizás porque el racismo aún impera en la
educación básica de muchos hogares. Carla no se rinde y decide investigar quién
roba el dinero. Lo descubre. Y a partir de ahí se desatan una serie de
acontecimientos encaminados exclusivamente a desacreditar a la profesora, a
poner en duda su competencia profesional, a colocar en entredicho su moralidad,
a arrastrar su prestigio por los suelos cuando ella ha demostrado sobradamente
que sólo quiere dar clase, transmitir, enseñar, dar…
Resulta interesante
esta película alemana que nos relata una espiral de hechos que es muy difícil
parar y que, sin duda, deja en suspenso su resolución. Tal vez porque la
narración nos está diciendo que vamos hacia una transmisión de valores
totalmente errada, o porque no tenemos salvación alguna, o porque deja al libre
albedrío del espectador cómo quiere terminar la historia. En cualquier caso, es
muy descriptiva en los apuros que se pasan como profesor, a la par que realista
aunque haya que saltar la diferencia entre los sistemas educativos alemanes y
españoles. Pone el acento en lo poco que nos importa el colectivo y en lo mucho
que nos desvivimos por la individualidad con la excusa miserable de nuestros
hijos. También incide en la escasa competencia de algunas personas para dirigir
una institución educativa, no resolviendo el problema sino enfocando
permanentemente el problema desde una perspectiva políticamente correcta. Otra
vez los dichosos términos. Denuncia con claridad la parálisis a la que se está
condenando al colectivo docente, atado de pies y manos, ante cualquier conflicto
y eso, a pesar de que la película no ofrece ningún desenlace, debería
preocuparnos mucho.
No deja de ser apasionante, por otro lado, que esa parábola sobre la conspiración que se urde alrededor de la profesora es una nítida parábola del nazismo, de cómo se crea y de cómo se construye, de cómo asfixia y de cómo anula. La colectividad mal entendida, haciendo que, en aras de una supuesta dignidad, todos creamos que somos piezas fundamentales de un engranaje de vanguardia por los derechos asimilados de forma bastante torticera, es un germen del fascismo, cualquiera que sea su nombre. Y lo peor es que se practica sin tener ni idea de que se está haciendo. Y ahí es donde radica la parte más atractiva de la historia. Desde los niños hasta los padres, desde los profesores hasta la directiva, todos van cayendo en la misma trampa. Incluso el periódico editado y publicado por los alumnos parece una versión inocente de Der Sturm. Miremos hacia nosotros. No dejemos de mirar a los que tenemos a nuestro lado. Y permanezcamos siempre en la óptica de una profesión tan miserablemente sufrida como la del docente.
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