La
primera entrega de Ahora me ves
sorprendió por su agilidad, por su ritmo trepidante y por su resolución
inesperada. La segunda apostó más por la acción y menos por la magia de sus
cuatro protagonistas y mantuvo el nivel aunque, sin duda, era inferior a la
primera. En esta ocasión, nada por aquí. Había alguna que otra esperanza que la
dirección, esta vez, estaba encomendada a Reuben Fleischer, especialista en biopics musicales que dejaron una cierta
impronta de calidad como Bohemian
Rhapsody y Rocket Man, pero no
hay nada detrás del pañuelo. Fleischer opta por rebajar el tono, hacer una
película más oscura, menos espectacular y, en última instancia, más
insustancial.
Y es que, por ejemplo,
la resolución de estas nuevas andanzas de los Jinetes, esos magos que combinan
a la perfección el ilusionismo con el reparto de la riqueza en manos de unos
desaprensivos, es inane, sin fuerza, sin sorpresa. Deja en el espectador una
cierta sensación de haber visto algo sin gracia, poco trabajado. Hay trucos,
sin duda, pero mucho menos efectivos. Los personajes ya no son tan atractivos.
Se fía todo el entramado a una villana a la que, a buen seguro, Fleischer no ha
dado instrucciones de interpretación y Rosamund Pike, siendo buena actriz,
navega entre la seducción, la risa nerviosa, la sonrisa ambigua y la maldad sin
acabar haciendo mella como contrincante de estos genios de la mentira.
Por otro lado, el
argumento avanza, se para, se detiene totalmente, se ponen a hablar con
conversaciones que no van a ningún lado, se golpea, se pone en marcha, avanza,
se vuelve a parar, para acabar en ese final que pretende ser sorprendente y
resulta, sencillamente, poco creíble, abrumadoramente irreal y dejando todo a
un supuesto relevo que ya veremos si vuelve a coger las riendas. El resultado
es mediocre, sin gracia, ya no hay ese giro final que vuelve todo del revés y
se ve el cartón del engaño. Nada por aquí, nada por allá. No hay por dónde
coger el sombrero porque todos los conejos han escapado despavoridos.
En el apartado
interpretativo, tampoco hay mucho que rascar. El encanto de Dave Franco se ha
esfumado. Woody Harrelson hace lo suyo, es decir, lo que hace siempre. El único
que tiene algo más de cancha es Jesse Eisenberg y, aún así, se diluye
lastimosamente. Michael Caine, desgraciadamente, ya no está. Daniel Radcliffe,
tampoco. Morgan Freeman aparece en un visto y no visto y es perfectamente
prescindible. Ya queda muy poco de la magia de esos jinetes que eran capaces de
asaltar un banco y hacer creer a todo el mundo lo que es imposible. Y lo que es
imposible es que esta película, tal y como está, remonte el vuelo cual paloma
extraída de la chistera.
Además, la película, al
rebajar la espectacularidad de sus trucos, cae en lo que precisamente evitaban
las dos anteriores y era en hacer creer que esos juegos de manos parecían
reales a pesar de moverse en un medio tan irreal y tan proclive al engaño como
es el propio cine. Así que, damas y caballeros, el precio de la entrada no se
va a devolver y en sus móviles no van a aparecer unos cuantos ceros de más como
prueba irrefutable de que aún hay unos cuantos Robin Hood dispuestos a dejar
por debajo de la nada la cuenta corriente de la millonaria de turno. Más vale
invertir el dinero en otros menesteres. Por aquí, no hay nada que mostrar.
Es que no es fácil partir de una admiración, juntar de nuevo a los jinetes con unos cuantos advenedizos que son hábiles, pero mucho menos carismáticos, colocar una nueva arpía en el punto de mira y armar unos trucos que no pueden ser llevados a cabo tal y como se describen en la película. Eso hace que se pierda el encanto. Perdonen la frase fácil, pero la magia se esfuma y sólo quedan unas cuantas travesuras sin demasiado tirón. El truco, el único y verdadero, es pasar de largo por delante del cine y tomarse un café en el chiringuito más cercano. Háganme caso.

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