Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca de "La noche americana", de François Truffaut, podéis hacerlo aquí.
La tierra arrasada por
los señores feudales es el lienzo de blanco y negro donde un cargamento de oro
camuflado puede atravesar todas las dificultades. No hay nada como un viaje
discreto con una princesa y un guerrero entregado. El general Rokurota Makabe
se yergue como una presencia dominante en ese paisaje de caos y confusión,
donde los rivales son antiguos amigos, donde la picaresca encuentra siempre un
día más para sobrevivir. Es tiempo de heroicidades para poder traer algo de prosperidad
a una tierra que agoniza entre tanta sangre y tanta lucha. Por eso, todo forma
parte de una fortaleza escondida que lanza como una espada desenvainada a los
protagonistas de esta historia de empuje, de fuerza, de honor y de decisión.
Aquí, en el Japón feudal, no hay lugar para las debilidades y las vacilaciones.
Hay que actuar rápido. Hay que ser definitivo.
El oro es tan difícil
de llevar que se disfraza de leña. El peso es un inconveniente que pasa
inadvertido ante la vigilante mirada del enemigo. Cualquier error es fatal
porque eso significará el fracaso de la misión y la pérdida de la vida. Y en
esa época, en ese lugar, la vida es un tesoro que hay que conservar a toda
costa. Un galopar infinito, lleno de furia y de rabia evitará males mayores. Un
viejo camarada tendrá que buscar en su corazón para tener la certeza de cuál es
el lado correcto. Una doncella y criada entregará la vida para salvar a la
esperanza. Todo es una aventura en la que el músculo se confunde con la
justicia, el filo de la espada con el dedo de la verdad, el fuego de la noche
con la última llamarada de la libertad.
Akira Kurosawa hizo una
de las mejores películas de aventuras que se hayan podido ver nunca en el cine
conservando la tradición, mirando la autenticidad y dejando sin respiración a
todos a los que se acerquen a ver la importancia de tanta fortaleza escondida.
Toshiro Mifune encarna al general Rokurota Makabe, el valiente guerrero que
cuida de la princesa y de todos los que se atreven a acompañarles en el largo
viaje hacia la seguridad y la resistencia. En medio, el fuego, el humo, la
batalla, el engaño, la complicidad, el heroísmo, la bravura, la furia
desbocada, la crueldad desatada, la constatación de la dictadura, el ansia por
la libertad. La obra maestra se halla ahí mismo, a apenas unos pasos de
distancia, como si fuera la travesía a través de las fronteras del honor y de
la verdad. El buen humor también aparece, como un plato de arroz en medio del
desierto. Y es que Kurosawa sabía muy bien lo que se hacía. Puso la aventura en
su medio, puso al personaje en su duelo, puso a la avaricia en su cadalso y nos
dijo que la lucha es prisionera del azar, del recuerdo, de la suerte y del
arrojo. Y el general Rokurota Makabe maneja todas esas variables con singular
maestría, maestría de filo, maestría de genio, maestría de soldado.
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