Lo sé, lo sé. Sé que
hay muchos críticos que se creen el ombligo del mundo y creen que pueden mimar
y cuidar al cine con sus mimitos, sus caricias y sus comentarios desaprensivos.
Evidentemente, no tienen ni idea. Si ustedes quieren leer a un crítico de cine
como es debido, léanme a mí. Mi experiencia y mi sabiduría me avalan antes que
a otro cualquiera. Es posible que, en algún momento, les irrite tanta erudición
pero tengan en cuenta que para eso pagan. No se les ocurra pegarme, fui casi atleta
de élite en mis años mozos. Incluso tengo una condecoración militar de pomposo
nombre para recompensar una heroicidad que ningún otro colega del país posee.
Mi mente es preclara y estoy en posesión de la razón. No les digo más. Si
quieren contratar mis servicios, soy barato, escribo razonablemente bien, sé
deletrear palabras como travelling (con
dos eles y no con una como hacen tantos y tantos otros) y además tengo un
diploma que me acredita como experto en no sé qué ciencia social. He probado
otros usos y costumbres, que para eso viví durante una temporada larga en un
país al otro lado del Atlántico, he publicado cuatro libros y ahora estoy escribiendo
un quinto, he dejado rastro de mis letras en la parte sur de este bendito lugar
alejado de la mano del razonamiento. Ah, se me olvidaba, cocino un salmón al
horno que es para chuparse los dedos de los pies. Y todo esto sea dicho sin un
ápice de intención humillante ni nada que se le parezca. Solo estoy
evidenciando cuáles son las virtudes del nuevo crítico.
De hecho, estoy
trazando un paralelismo algo arrogante con el señor Lynn Belvedere. Sí, tiene
nombre de mujer pero es todo un hombre. Tiene varias carreras, tiene métodos
infalibles para criar niños ajenos, es absolutamente perfecto en todo lo que
hace, fue campeón de boxeo y es difícil acertarle un puñetazo en plena cara. Es
un hombre que lo sabe hacer todo y evidencia cuáles son las virtudes de las
nuevas niñeras. Razonamiento, presunción, eficiencia, adustez, seriedad. Ni un
signo de cesión cuando se trata de imponer disciplina. Tiene el rostro, mucho
más agraciado y expresivo que el mío, de Clifton Webb y hay que reconocer que
es capaz de exasperar a cualquiera, incluso al más amante padre y esposo. Como
yo.
Y así se hizo añicos el
mito de que los hombres no éramos capaces de destilar ternura hacia los niños.
Bueno, no. Bueno, sí. Quiero decir…que no es una cuestión de ternura, es una
cuestión de convicción, de saberse el mejor y ya está. Yo estoy seguro de que
estaré nominado al Premio Nacional de la Crítica en breve y que seré encumbrado
en los periódicos más sensacionalistas y despreciables pero eso no es
estrictamente necesario. Solo quiero que se sepa que, si procede, me cogeré del
brazo de Lynn Belvedere e iremos juntos hacia la perfección. Lo demás carece de
importancia. La mejor línea, la mejor frase, el mejor cambio de pañales, el
mejor razonamiento, la más auténtica de las voces críticas y puericultoras… Es
solo talento. Nada más.
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