Entre
las brumas del infierno, surge el heroísmo de un puñado de hombres y mujeres
que trabajan para salvar vidas. Las palas del rescate se rompen y el terreno
cede ante una tierra que se agrieta de sangre y muerte. Solo la audacia es el
aliado perfecto porque el enemigo se esconde en las sombras, son figuras que
escupen fuego en busca de la fotografía de propaganda mientras los soldados
luchan hasta agotar su propio sudor. Es el instante en el que hay que darlo
todo por los demás. Y éstos son los mejor entrenados para eso.
El polvo del desierto
pica y abrasa, ahoga y entierra como si fuera un enemigo más que surge de todas
partes. La rapidez física y de pensamiento tiene que ser otra arma ante la
avalancha de balas que pasan silbando como si fueran llamando a la muerte. La
pericia y la profesionalidad serán decisivas y es tiempo de cubrir las espaldas
del tipo que está al lado, de cuidar al máximo todos los detalles, de resistir
hasta que no haya más remedio que morir. Nadie va de paseo a Afganistán. El
cielo raso espera. La próxima bala acecha.
Por el punto de mira
solo se ven hombres sin rostro, a los que no les importa morir porque no tienen
nada aunque sus razones sean equivocadas. No valen pestañeos e indecisiones. El
momento siguiente puede restar una vida y no hay demasiada munición. La
inteligencia y permanecer con la cara de perro son las únicas salidas y las
luces están prohibidas en la negra noche del Oriente Medio. Hay que apretar los
dientes, compañero, o si no nadie saldrá vivo de aquí. Y para eso habrá que
ahogar las pasiones, las decepciones, las preocupaciones y los cansancios que a
todos definen como seres humanos. Es la hora de apuntar y disparar sin cerrar
los ojos, sabiendo lo que se hace, midiendo lo que se dice, transmitiendo
seguridad a todos los demás. Soldados. Están hechos de otra pasta.
Ya era hora de que el
cine español se ocupara con eficiencia del Ejército y de la tremenda labor que
realiza en sus misiones en países en conflicto. Sin maniqueísmos, sin mensajes
morales de rancio abolengo que se exponen en los altares del maldito politiqueo
correcto. Diciendo la verdad, exponiendo que salvan vidas de civiles y también
que deben luchar por su propia supervivencia. Adolfo Martínez dirige con mano
firme, con solidez, con planos de enorme mérito, dando a cada actor excelentes
momentos de lucimiento. Ariadna Gil se encuentra muy segura en su papel de
capitán médico. Roberto Álamo aporta sabiduría y naturalidad en cada cargador.
Antonio Garrido le pone intensidad y garra a su comandante. Algo menos
convincente es Raúl Mérida en la piel de un teniente que debería tener más voz
de mando en sus vaivenes vacilantes. Toda la película está bien hecha, con
algún que otro tópico que no empaña en absoluto el resultado final, con una
banda sonora muy notable de Roque Baños y grandes instantes de cine de acción
bien contado, bien narrado y bien encajado. Sin faltar alguna que otra visita a
los clásicos. Una vez más, la demostración de que, cuando el cine español se
encarga de hacer cine de género, lo hace muy bien.
Y es que hay que sentir
al enemigo a las diez, a las doce y por la noche, con el polvo acumulándose en
la garganta, con el gatillo engrasado y la tensión apenas dominada para ponerse
en la piel de unos hombres y mujeres que saben muy bien lo que hacen en medio
de un territorio lleno de nada y odio. Y no exigen nada a cambio. Les debemos
un poco de respeto.
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