A
veces, nos miramos al espejo y no reconocemos lo que vemos. Puede que mientras
miramos la vida a través de nuestros ojos (y de nuestros fastidiosos y
omnipresentes aparatos tecnológicos) tengamos la sensación de que somos triunfadores,
o de que hemos hecho algo estupendo porque lo valemos y, sin embargo, ese
reflejo que se nos devuelve nos describe a alguien que no merecería ni mirarse
a la cara, despreciable, inútil, sin carne de conciencia, sin más virtudes que
los ceros de la cuenta corriente, o, incluso, sin raíces, sin educación por
muchos títulos que se tengan. De vez en cuando, es bueno mirarse y ver la
película de nuestras realidades.
La memoria juega malas
pasadas y también es bueno olvidarse de ella alguna que otra vez. Más que nada
porque no hay nada más verdadero que aquella frase que decía que somos nuestros
recuerdos y, en muchas ocasiones, no merecen la pena. Si todos nos despojáramos
de nuestra memoria quizá nos sorprendería el espectáculo que queda detrás.
Puede que dejáramos nuestras mezquindades, nuestras ruines ambiciones, nuestras
envidias podridas y fuéramos de nuevo seres inocentes, sin maldad, que
necesitan reiniciarse para descubrir el placer de los pequeños detalles y
apreciar, en toda su extensión, el mérito de mucha gente que, a pesar de las
desgracias, se vuelve a levantar.
De paso, también
podríamos tener el privilegio de conocer, con toda intensidad, el inmenso valor
que siempre guardan las mujeres. Son más valientes, más decididas, más
indómitas, más valiosas, más sinceras. Para ellas, el mundo es un hogar y hay
que acomodarlo como sea a todas sus inquietudes. Y lo saben hacer muy bien
cuando quieren, cuando les salta ese resorte que las pone en movimiento y hace
que, cualquier cosa que hagan, sea de una enorme fuerza, imposible de derribar.
Ellas son, realmente, las que ponen el color a toda una vida, por muy
insignificante que sea.
Simpática, optimista y
algo ingenua es la última película de Fernando Colomo que nos lleva por esa
comedia que sabe hacer tan bien desde siempre, con diálogos llenos de gracia
aunque, tal vez, las situaciones no lo sean tanto. Algún callejón sin salida en
los laterales, pero se pasa un rato entretenido, bailando con estos personajes
de tribu urbana y generosidad evidente, que tratan, al fin y al cabo, de hacer
que la vida sea soportable. Espléndidos trabajos de Paco León y de Carmen
Machi, seguidos de cerca por el debut de Maribel del Pino, encantadora y
natural. Los chistes se suceden, los chascarrillos se amontonan y la carcajada,
tan difícil de arrancar en muchos de nuestros aburridos días, acaba por
aparecer. Y el ritmo acompaña para decir, con gracia y desparpajo, que no se
puede pedir más porque el rato se esfuma con la facilidad con la que se
aprenden unos pasos de baile. Y al final, acabas compartiendo escenario con
todos los protagonistas de esta historia leve, sencilla, con ciertos aromas a
aquella A propósito de Henry, de Mike
Nichols e, incluso, a Full Monty, de
Peter Cattaneo. Así que es el momento de ponerse los calentadores, decirle al
cuerpo que se prepare y empezar a menear las carnes al compás. Tal vez, así,
las desgracias estén dispuestas a irse al paro.
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