Son tiempos difíciles.
La guerra se lleva a los que más quieres y el ser humano siempre ha tendido a
dejar arregladas las cosas antes de que la muerte venga a visitarle. Ser
capitán de remolcador en plena guerra es muy peligroso. Y cualquier explosión
puede hacer zarandear esos barcos tan pequeños llenos de fuerza y empuje. Es un
puesto que no quiere nadie, pero alguien tiene que conducirlos para salvar
material y vidas. Puede que uno de esos capitanes tenga un piso en algún lugar
de una ciudad portuaria y allí, dentro de ese pequeño rincón, haya una mujer
que está ahí, como el mobiliario de una vivienda, que pasa de mano en mano
según el inquilino sea uno u otro. Los capitanes de los remolcadores siempre
traen, en un determinado momento, a un posible sucesor. Si la bomba cae
demasiado cerca, ya está lanzado el anzuelo. El siguiente se quedará con ese
piso tan cómodo y con esa mujer tan especial. Y no es que sea algo
especialmente machista, o despreciativo hacia ella, no. Es que todos ellos caen
rendidamente enamorados y desean con todo su corazón que ella no esté sola, ni
pase hambre, ni vague sin rumbo por las calles de esa ciudad fea y
desesperanzada. No caen en la cuenta de que ella mira sin descanso por la
ventana, esperando el regreso del capitán de remolcador, ganando un día más al
amor, perdiendo un día más de la vida.
Ella es Sophia Loren,
melancólica y aún así, bella hasta el dolor. El veterano capitán es Trevor
Howard, que siente a la muerte dejando su aliento en el casco de su pequeño
barco y trae a William Holden a casa para que vea dónde podrá vivir en poco
tiempo. Y eso significa una pérdida, una llegada, una confortable sonrisa, otra
partida, otra espera, otra fatal certeza, otro capitán…y así uno tras otro,
hasta que la guerra deje de cobrarse sus víctimas y la locura se espante
alrededor de esa mujer. En realidad, ella es el remolcador de esos hombres
heridos que no aguantarán mucho tiempo más en medio del proceloso océano del
peligro.
Carol Reed dirige la
película con especial maestría a pesar de que, incomprensiblemente, hay un
salto en el montaje justo en el desenlace que hace que la película tenga un
final discutible y poco definido. No se entiende demasiado bien lo que ocurre
y, lo que podría ser otra historia de amor que no es más que un breve encuentro
entre los combates del mar, se queda en algo frustrado y frustrante, algo
decepcionante, algo que, de alguna manera, ahoga el enorme placer de ver a esos
actores bien dirigidos en una historia que agarra el corazón en plena alta mar y
lo remolca hasta el consuelo de una libertad que algunas personas merecen más
allá de lo comprensible.
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