viernes, 15 de enero de 2021

LOS CONTRABANDISTAS DE MOONFLEET (1955), de Fritz Lang

Dedicada con inmenso respeto a cariño al gran escritor y crítico de cine Fernando Alonso Barahona, compañero de contrabandos y aventuras.

Los niños son fuentes renovadas de sueños continuos. La vida puede darles golpes, pero en muchas ocasiones, no puede con ellos. Precisamente porque hay mucha vida dentro de ellos y es absurdo acabar con algo que es lo mismo que el atacante. John lo sabe porque está perdiendo a su madre y es enviado a Moonfleet, bajo la protección de un tal Jeremy Fox. Al principio, puede que las pesadillas recorran las aguas del mar cercano, pero, paulatinamente, John se da cuenta de que Fox es un personaje fascinante. No sólo ha querido a su madre mucho, sino que también es el líder de una banda de bucaneros. La admiración crece y, de ahí a la amistad, hay muy poco trecho. Quizá la madre tenía razón y Fox sea el único hombre capaz de proteger a John mucho más allá de lo que impone cualquier obligación. Lo único reprochable es que es presa de la ambición. Puede que el hecho de que se enamorase de una mujer que tuvo que rechazarlo por las presiones de la familia debido a que él era un don nadie pese en sus decisiones. Incluso parece algo libertino, pero eso es fácilmente disculpable en un hombre que quiere llegar a lo más alto y eso significa estar por encima de la respetabilidad. Aunque, eso sí, siempre habrá alguien con un toque más acusado de maldad.

Fritz Lang trajo un toque gótico para narrar la historia de este muchacho atrapado en una conspiración de piratería y poder. La oscuridad domina el color de esta historia en la que las manos corrompidas trepan por muros de ensoñación y no hay duda, a pesar de las ambigüedades, de que Fox aprecia al muchacho, pero mezclarse con piratas no es nada bueno porque son auténticos asesinos que no van a pestañear si hace falta quitarse de en medio al mocoso. Quizá el final de la infancia sea el desenlace de todas las ilusiones y nada sea lo que parece y el amor, el pasado, la ambición y la codicia se confundan para que la edad adulta sea algo gris y desechable. Atrás quedarán los lugares secretos, las dobles vidas. Tal vez sea una película que merezca más por lo que muestra que por lo que cuenta. Lang quiso entrar en la atmósfera más que en la narración y, al final, algo queda ahí, como si una obra maestra pudiera haber flotado en el ambiente a toda vela.

Stewart Granger y George Sanders representan el mundo corrompido en el que se ve sumergido el niño Jon Whiteley, ambiente de ese destino extrañamente dominante que zarandea a los personajes para que vayan en busca de lo que está escrito. La fotografía de Robert Planck es hipnótica, antigua y, sin embargo, de una nitidez y colorido sorprendente, incluso en la filmografía de un director que tendía descaradamente al blanco y negro como Fritz Lang. Puede que fuera así para dotar de textura los sueños interrumpidos que ve cómo los adultos tratan de ahogar cualquier cosa que no sea la misma realidad.

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