Los
perros, ya se sabe, unen mucho. Quizá, el primer día, haya una hostilidad
evidente porque se lleva al can sin correa. Poco a poco, hay un deseo de calmar
la mala primera impresión. Y después la complicidad, el saber que hay alguien
que te escucha y que te atrae en una edad en la que no es muy corriente sentir
nada. El pasado, sin duda, deja un buen puñado de responsabilidades que no
dejan de ser obstáculos construidos con base en los recuerdos. Sin embargo,
ellos son el ayer. Hoy eres tú.
Así que empieza un
romance intermitente, con idas y venidas, con repentinos cambios de humor, con
errores evidentes, con silencios que no se deberían guardar porque la intimidad
puede más que la confianza, con secretos que se desvelan a destiempo. El
destino, siempre burlón e irónico, ha jugado sus cartas para arrinconar las
vidas que ya están entrando en la tercera edad. La sociedad no les hace
compañía. Las deudas se acumulan. Los hogares se cierran. Y sigue habiendo un
deseo de ser escuchado porque, tal vez, aún se tiene algo que decir.
Cuando el dolor hace
una visita a esas edades, es mucho más difícil superarlo. Incluso poseyendo el
don de la oportunidad, incluso poniendo distancia para que todo sea más leve,
más ligero y no sea tan decepcionante el daño. Ya no hay tiempo para andar
alrededor del cortejo y que las cosas lleven su curso. La sinceridad debe estar
presente desde el primer momento y no es fácil, porque las vidas están hechas
de memoria y de mentiras, o de omisiones y olvidos. Puede que haya que tomar
algún camino en medio de un verde prado con la ciudad al fondo para tener la
impresión de que los problemas se quedan en algún lugar y no se mueven. Puede
que haya tiempo para una última aventura. Y que sea hablada, en parte, en
español.
El director Paul
Morrison dirige esta película que pretende ser amable y con ciertos rincones de
encanto con un estilo casi documental, juntando piezas de la experiencia y de
emoción. Sin embargo, no consigue del todo su objetivo porque, tal vez, se
dedica un poco del humor, se entretiene demasiado en profundizar en sus
personajes porque tiene la intención de que sepamos todo cuanto piensan y todo
cuanto sienten. Y el espectador no se siente identificado con ninguno de los
dos porque ambos personajes tienen dificultades para pagar las deudas del
pasado. Lo esconden y se justifican y, sin apenas período de reflexión
evidente, rectifican. La naturalidad está presente en las interpretaciones
medidas, quizá demasiado matemáticas, de Dave Johns y Alison Steadman, ambos
muy curtidos en televisión, pero no se llega a simpatizar con ninguno de ellos
porque tampoco es que la magia de su conjunción llegue a ser algo irresistible.
Sí que hay un par de instantes de cierta emoción, pero no es suficiente. No sólo
de unas cuantas conversaciones vive el entretenimiento.
Es posible que, cuando se cuenta con unos personajes de cierto calado, sea necesario introducir algún elemento que les describa como no tomándose demasiado en serio a sí mismos. Y no es éste el caso, porque tampoco parece que sean complejos o excesivamente retóricos. Son seres humanos simples, con problemas de falta de superación con su mochila de vivencias. Puede que una secuencia de baile sea el momento más climático de una película que pierde sentido desde su mismo título, porque son bastante más de 23 paseos y tardan dos horas completas en contarlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario