jueves, 14 de enero de 2021

SALVAJE (2020), de Derrick Borte

 

A menudo, el ser humano tiende a mimetizarse con el ambiente. Y, con frecuencia, su elección suele estar equivocada. Cuando el entorno supura odio y sólo se manifiesta con violencia, lo normal es unirse a la facilidad del daño, al descontrol del carácter, a arrasar con todo porque no hay barreras morales que pongan ningún límite. La excusa puede ser cualquier cosa. Un claxon sin cortesía. Unas disculpas exigidas con la coerción por delante. Un deseo de matar. Un deseo de morir.

La sociedad se ve reflejada en este ser monstruoso que no repara en nada con tal de hacer que el resto del mundo sufra lo mismo que él. Y pasa por encima del hecho cierto de que todos tenemos problemas, de que la víctima elegida puede estar en medio de un proceso de desestructuración familiar paulatino, de que el dolor está en todos los interiores y se manifiesta de distintas formas. El destrozo es el objetivo. No hay fronteras para quien ha fermentado su odio entre las vísceras, ha sobrepasado cualquier línea y ya sólo espera que alguien acabe con él. Tal vez porque, en el fondo, es tan cobarde que no quiere hacerlo él mismo y sólo quiere lastimar a los demás hasta la desesperación.

Este cruce sin freno entre Un día de furia, de Joel Schumacher, y El diablo sobre ruedas, de Steven Spielberg, se alimenta de un par de persecuciones bien rodadas y ciertamente espectaculares y pretende que otro de sus pilares sea Russell Crowe que, por cierto, debería despedir a su dietista. Brillante cuando es sutil y vulgar cuando es brutal, Crowe compone un personaje carcomido y destruido, y, a pesar de sus esfuerzos por la intensidad, a partir de cierto momento no es más que una máquina sin más profundidad que su propia violencia. Su oponente, Caren Pistorius, solventa su papel con eficacia, pero sin demasiada historia, y la dirección de Derrick Borte, dejando aparte su incoherencia narrativa, llega a tener dificultades de contención en su desenlace. La película, si aprueba, lo hace rozando el suspenso.

Y es que no es fácil exprimir una sola situación durante todo el metraje, con muchos intentos para solapar las debilidades argumentales a través de la espectacularidad y el desquiciamiento. No todo puede basarse en miradas atravesadas, supuestas calmas ahogantes, conspiraciones en las que la casualidad también está muy presente y la confianza en un actor que es capaz de lo mejor, pero, también, de lo peor. La agresión continua que sufrimos cada día por las cosas más nimias está al fondo y el secreto deseo de estallar y dejar que los instintos animales salgan a relucir también parece algo que, en algún momento, anhela la historia. Es un aviso, eso sí, de cierta eficacia sobre el destino de nuestra deriva desbocada.

A veces, es necesario templar el improperio, rebajar la tensión, asumir el atasco, sin dejar que los problemas de rango superior interfieran en nuestro comportamiento. Es necesario, sin duda, afrontar la vida con un parachoques, pero hay que hacerlo con serenidad, sin perder los estribos, siendo conscientes de que no somos los únicos que estamos en apuros, que sólo vemos callejones sin salida y que, tal vez, la salida más corta sea acabar con todo de un solo golpe. Habría que mirar con atención a nuestro alrededor y sacar las conclusiones, aunque sean pocas, que nos hagan sentir, por alguna razón, afortunados. 

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