miércoles, 20 de enero de 2021

LA PATRULLA PERDIDA (1934), de John Ford

No se puede ver al enemigo. Las arenas del desierto, calientes y secas, se convierten en el mejor escondite posible para quien quiera confundirse entre las dunas. A veces, incluso, parece que no es real, que no está ahí, que es sólo la imaginación calenturienta de unos cuantos soldados desesperados que luchan por sobrevivir. Sin embargo, las balas son reales. Se han llevado por delante al oficial al mando y un simple sargento tiene que tomar la responsabilidad. Las sombras se ciernen sobre esa patrulla que va perdiendo todas las posibilidades de sobrevivir. Quizá sólo quepa la honra de morir matando, pero es muy, muy difícil acabar con un enemigo que sólo se presiente. Los hombres van cayendo. La moral se arrastra. Y el desierto, con sus manos de fuego, parece apretar con su calor en el cuello de unos desgraciados al borde del abismo.

En Mesopotamia sólo hay aridez por conquistar. Incluso la noche parece ahogar en su propia frialdad. No hay murmullos entre los hombres. Sólo la mirada buscando algo a lo que apuntar. Las bajas se suceden, una a una. Nunca es un ataque masivo. Son misiones aisladas que buscan acabar con la vida y quebrantar la moral. Los espacios abiertos del desierto nunca han resultado tan claustrofóbicos, tan agobiantes, tan agresivos. El fanatismo no hace más que agravar los problemas. La última ráfaga de ametralladora será también un lamento en la piel de un tipo que se niega a rendirse. Al final, sólo el viento removerá el polvo sobre las ondas imposibles de la arena y el silencio se hará de nuevo en un oasis remoto en medio de ninguna parte. La sangre teñirá de rojo al marrón claro y sólo queda morir.

A pesar del tiempo transcurrido y de los lógicos cambios de mentalidad, La patrulla perdida sigue siendo una buena película del John Ford más temprano. Las interpretaciones de Victor McLaglen y de Boris Karloff son potentes y, en algunos tramos, muy actuales. El ritmo se resiente, pero la sensación de agobio bajo el calor y de estar rodeados de un enemigo invisible es real y creíble. Hace muchos, muchos años, el primer programa del mítico Sábado Cine, de Televisión Española, presentado por Manuel Martín Ferrand, estuvo dedicado a esta película y fue memorable asistir a esa trepidante historia de soledad y de gloria en la derrota. Los silencios eran inaguantables y sólo se deseaba que esa patrulla pudiera salir de la encerrona del oasis de alguna manera. John Ford se encargó de impedir cualquier retirada, de poner a sus protagonistas en la situación límite de la supervivencia sin víveres, sin transporte y con apenas unos cuantos fusiles con la incertidumbre de no saber cuándo atacaría el enemigo fantasma. La responsabilidad de seguir adelante con vida está por encima de la propia historia. Y la ayuda nunca va a llegar del cielo. Así llegamos a tocar con los dedos la cercanía de una obra que casi se antoja maestra porque ha habido múltiples versiones de la misma sin llegar a las alturas del tuerto genial.

2 comentarios:

Alí Reyes dijo...

¿En qué momento histórico está ubicada esta película?

----
Me gustó tu comentario de BUS STOP. Quiero verla porque dices que es la mejor actuación de La Monroe

César Bardés dijo...

1917, campaña británica de reconquista de sus colonias en África durante la Primera Guerra Mundial.
En cuanto a la de la Monroe, para mí no hay ninguna duda. Dramáticamente, da lo mejor de sí.