Ya
se sabe que en Hollywood no es oro todo lo que reluce. Aún habría que ir más
lejos y decir que es un lugar bastante siniestro en donde se suceden negocios
bastante sucios, conspiraciones algo alucinógenas y lo peor de todo. Estrenos
intragables. Acogidos a la trampa de seguros, producciones dudosas y estrellas
en declive consumado, circulan películas que ni en nuestra más calenturienta
imaginación podríamos creer. A veces, el truco funciona. En otras, el desastre
acaba con más de un cadáver con un agujero en la sien.
Así que unos de esos
productores avispados, de los que creen sinceramente que la mejor película es
la próxima que van a hacer, se halla en uno de esos apuros. Pidió dinero a
quien no debía e hizo una cinta que no van a ver ni los caballos en estado
psicopatológicamente narcótico. El callejón parece que se estrecha
definitivamente cuando se le ocurre una brillante idea. Sólo necesita un guión
peligroso y una estrella dispuesta a morir. El resto es morralla que se moverá
dentro de los parámetros de la serie B. No importa finalizar la historia. Lo
único que mueve al mundo es el dinero y no hay nada como la experiencia para
darse cuenta de que el tipo ése, el John Wayne de pacotilla que ha perdido todo
su cabalgar, no durará demasiado. Millones…allá voy.
El problema está en
burlar esa máxima que siempre impera dentro del mundo del espectáculo y es que
todo suele salir bien. Y, claro, no sólo el protagonista se resiste a morir
sino que el productor se da cuenta de que está haciendo la mejor película de su
vida. Ya se ve subiendo la escalinata y dando las gracias con el calvo de oro
en la mano. El dilema parece interesante porque es matar o morir. Matar de
fracaso o morir de éxito. Maldita sea. No hay nada como el buen cine. En eso
tiene mucha razón.
El caso es que George
Gallo versiona una película de serie B que se ya se hizo en los setenta bajo la
dirección de Harry Hurwitz y le sale una película de serie B que tiene su
gracia, pero de serie B. No cabe de duda de que conserva tres balas en el
cargador con los nombres grabados de Robert de Niro, Tommy Lee Jones y Morgan
Freeman y los tres juegan bien su pólvora, pero no es suficiente. A la película
le falta fuerza, contiene dos o tres situaciones prometedoras y algún que otro
momento lírico que le da sentido a todo. Ni siquiera cuando se quiere poner
vitriólico con lo políticamente correcto y con esa especie de mazazo final al
cine de verdad Gallo consigue impactar lo bastante. Se le nota que ha querido contenerse
cuando, en realidad, le hubiera gustado pisar el acelerador y ponerse muy, muy
gamberro. Sí, en el cine, como en muchos otros campos, existe el mafioso,
existe el productor listorro, existe el ingenuo, existe el actor en pleno
proceso de ruina y existe el camino del éxito por el atajo más corto. Basta con
tener suerte y que se produzca eso que se llama magia.
Así que esta película, si tiene algún valor además de por tres balas en el cargador, es porque podría hacernos pensar si, de verdad, aún existe lo épico, aquello que nos hacía recorrer un escalofrío por la piel y nos transportaba a lomos de un hermoso caballo al lado de cualquier protagonista de gestos imposibles y miradas como flechas. O si existe ese deseo de querer contar historias y gustar o sólo es una estratagema para sacarnos el dinero del bolsillo y hacer otra película más que se olvidará a los diez minutos de salir de la sala. Quizá el cine, en sí mismo, es una leyenda a la que la gente empieza a dar igual. Y sólo tendremos eso…algunas balas que, a poco que hagan, nos proporcionan algún gesto que nadie más podrá reproducir.
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