Mezclar el amor con el
espionaje es un mal negocio. Más que nada porque el amor demanda sinceridad y
el espionaje se siente muy a gusto con la mentira. Así que en un paraíso
caribeño, la secretaria de un importante funcionario del Ministerio del
Interior británico conoce a un ruso encantador y comienza lo inevitable. Por
supuesto, saltan todas las armas porque los ingleses creen que el ruso está
intentando reclutar a la chica para que trabaje para el KGB y ésa, precisamente
ésa y no otra, es la historia que él está contando a sus jefes en Moscú porque
es la única manera de seguir viéndola sin levantar sospechas entre sus propias
filas. Ella, desde luego, también tiene algo que decir y su corazón manda sobre
todas las recomendaciones del servicio. Va a seguir viéndole porque está
enamorada. Mientras tanto, el desconfiado vigilante comienza a hurgar donde no
debe y cae en sus manos una información que resulta muy interesante. Parece ser
que un veterano agente ruso está intentando desertar a Occidente.
Es muy complicado
llevar un romance con la Guerra Fría de carabina. Los ojos hablan por sí solos,
pero si lo pensamos un poco, es posible que esa mirada arrebatada que se puede
interpretar como amor, también pueda significar un intento de escrutar al otro
para adivinar sus intenciones. Lo cierto es que es un amor rodeado de peligros
y no es nada fácil sortear las dificultades que se alzan por el camino. Ni
unos, ni otros quieren que esa historia llegue a buen término. La verdad sólo
se puede medir a través de hechos medibles y el valor de cada uno se calibra a
través de la voluntad para llegar a sus objetivos. Son dos conceptos enemigos,
opuestos e, incluso, asesinos entre sí. Quizá haya que sumergirse en esa
complicada tela de araña para darse cuenta de que hay cosas aún peores que la
traición.
Blake Edwards dirigió
esta película desde la sobriedad, con una estética que, sin duda, ha envejecido
mal, pero que, si se salva este inconveniente, resulta realista y con trazos de
lo auténtico a través de las estupendas interpretaciones de Omar Sharif y de
Julie Andrews. Creíbles y apasionados, tristes y decididos, caminan por
delicados equilibrios emocionales que siempre siembran la duda, pero que acaban
por convencer en sus motivaciones. Edwards, un tanto deliberadamente, se
adentra más por el universo de John Le Carré que por el thriller de acción porque, quizá, le interesan más los seres
humanos y mucho menos los caducos movimientos de los servicios de inteligencia.
Así que, por un momento, hay que convertirse en espías y estar muy atentos a los retorcimientos de la trama porque es posible perderse sólo en los brazos de quien amas. Muchos satélites se mueven alrededor de una historia de amor que parece imposible porque se pierde en múltiples secretos, hechos ocultos y actitudes sugeridas. Las heridas del pasado también cuentan y hay que recuperarse agarrándose a algo que realmente merece la pena. Y, a veces, moverse en el filo de la navaja tiene su recompensa.
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