Puede que Richard
Donner no sea precisamente un autor. Sin embargo, dentro de su entrega, en la
mayoría de las ocasiones, al cine más comercial, sí que tenía algunos rasgos
que le definían como un autor con sus obsesiones, con su temática casi
permanente y, sobre todo, con una impecable hechura en todas sus películas.
Donner se atrevía con soñar con lo imposible, no sólo en cuanto a forma, sino
también en cuanto a fondo.
No deja de ser curioso
que, en términos puramente cinematográficos, una de sus mejores películas sea La profecía, ese cuento diabólico,
extraordinariamente bien narrado y
desarrollado, algo bastante inusual en el cine de terror, que nos avisa de la
presencia del Maligno entre nosotros y que, por aquellas casualidades, se
introduce en las más altas esferas del poder con la venida del Anticristo. Ahí,
en su tercera película y después de una amplia experiencia en televisión que le
convierte en uno de los más destacados integrantes de la llamada “Segunda generación
de la televisión” compartiendo honores con Sidney Pollack, Stuart Rosenberg,
Robert Altman o Alan J. Pakula, Donner nos demuestra lo que era capaz de hacer
cuando en sus manos había un guión con oportunidades y nos introducía, por vez
primera, en ese universo de imposibles y de luchas titánicas de individuos que
se veían abocados a combatir solos contra el resto del mundo.
No podía pasar
desapercibido su trabajo en La profecía,
así que fue el elegido para dirigir la versión cinematográfica de Superman, con Christopher Reeves. Estaba
previsto que también dirigiera la segunda parte, pero hubo grandes diferencias
creativas con los hermanos Salkind, productores de la saga, y, después de
dirigir unas pocas secuencias, fue reemplazado por el algo más festivo Richard
Lester. Lo cierto es que, en esa primera parte, Donner apuesta por la aventura,
pero también por desarrollar una historia que, al fin y al cabo, hablaba sobre
un super-héroe que tenía que batallar contra las fuerzas del mal con casi
ninguna ayuda.
Poco después, Donner
apostó por una de las pocas películas en las que apenas prestó atención a la
taquilla. El drama de Max´s Bar
demostró que Donner sabía imprimir intimismo a la historia que lo necesitaba, y
la película funcionó bien artísticamente, pero fue un enorme fracaso en
taquilla. Su siguiente película, Su
juguete preferido, con Richard Pryor en la cresta de la ola, también se
estrelló con estrépito y condenó a Donner al cine de consumo rápido, tal vez.
Pero él no lo hizo nada fácil.
La primera película de
su nueva etapa fue la leyenda medieval que rodea Lady Halcón, con un reparto excepcional compuesto por Michelle
Pfeiffer, Rutger Hauer y Matthew Broderick. Aún levanta alguna crítica la
elección de su banda sonora, encomendada a Andrew Powell, antiguo integrante de
The Alan Parsons Project, que realmente resulta chocante con el ambiente
descrito, pero que, pensado con detenimiento, no es tan anacrónica. El cuento
de la Edad Media, con maldiciones, asaltos a castillos y envidias por amoríos
era brillante en cuanto a ejecución e interés y el éxito fue inmediato.
Aquel mismo año, 1985,
Richard Donner se asoció con Steven Spielberg para producir y dirigir una
película que ha marcado a dos generaciones enteras de niños. Los Goonies es una historia que ya entra
en el imaginario de muchos cuarentones y cincuentones de hoy en día y, quizá
más en nuestras fantasías que en nuestras realidades, siempre hemos soñado con
vivir la camaradería que experimentan esos niños que se adentran en una
aventura imposible de piratas, tesoros, monstruos y amistad.
A partir de aquí,
Donner se entrega de lleno a la saga de Arma
letal llegando a dirigir hasta cuatro episodios dedicados a los policías
Riggs y Murtaugh, siempre interpretados por Mel Gibson y Danny Glover. Con sus
altos y bajos habría que destacar las dos primeras partes, con el terrible
error que supuso la tercera y la leve recuperación de la cuarta para despedirla
con buen sabor de boca. Entre medias, Donner se atrevió a hacer una versión
moderna del Cuento de Navidad, de
Charles Dickens con el título de Los
fantasmas atacan al jefe, que pasó sin pena ni gloria en su momento y, no
sin cierta sorpresa, ha ido ganando adeptos con el tiempo.
Buscando siempre nuevos
espectáculos de acción, Donner se decide a adaptar la serie Maverick y se rodea de un cartel de lujo
compuesto por Mel Gibson, James Garner y Jodie Foster. La película es
divertida, entretenida, llena de guiños para seriéfilos y cinéfilos y con
excepcionales escenas de acción siempre con la sonrisa puesta. Cambia
ligeramente el tono con Asesinos, con
Antonio Banderas y Sylvester Stallone, y se pone bastante serio con esta
historia de sicarios profesionales que falla, precisamente, en que, de alguna
manera, Donner no sujeta debidamente al español y deja al americano en un aura
de imperturbabilidad supuestamente elegante que no termina de encajar. A pesar
de que la historia presentaba muchísimas posibilidades, no deja de ser algo más
que una mediocridad.
Se vuelve a reunir con
Mel Gibson y con la estrella del momento, Julia Roberts, para rodar Conspiración, excelente cinta sobre lo
que puede ser mentira y lo que puede ser verdad, nuevamente con ese héroe que se
enfrenta al mundo entero para imponer sus creencias y su seguridad en que todo
ocurre por algo, con algún afán de que las fuerzas más oscuras triunfen y todos
los ciudadanos pedestres se plieguen a la mentira permanente del poder.
En 2003 se atreve con
una de las novelas más exitosas de Michael Crichton como es Timeline, pero, nuevamente, con la
premisa siempre atractiva del viaje en el tiempo, naufraga dentro de un reparto
muy poco acertado. No obstante, Donner aún nos tenía preparada una pequeña
sorpresa.
16
calles es una película que se encarama a una de las
primeras posiciones de la filmografía de Donner. La historia de un policía en
viaje de vuelta al que le encargan la sencilla misión de escoltar a un testigo
hasta el juzgado situado dieciséis calles más allá de la comisaría, se
convierte en la odisea de un hombre que debe luchar contra la corrupción de la
que él mismo forma parte, a favor de la justicia y de la seguridad de estar
contra todo y contra todos. Bruce Willis hace una de sus mejores
interpretaciones y la película es trepidante, bien narrada, con excelentes
escenas de acción y de explicación y, quizá, sólo flojea un poco en la elección
del actor encargado de dar vida al testigo, Yaslin Bey. Sin duda, Donner nos
dejó un gran regalo de despedida que, tal vez, no fue del todo apreciado en su
momento.
Esos fueron los sueños más imposibles de Richard Donner, el hombre que nos dijo que se podía volar, que se podía volver al Oeste con una sonrisa, que, de alguna manera, nunca se deja de ser niño, que la Edad Media tenía algo de cuento pop o que el Diablo puede tener el rostro de la inocencia. Siempre batallando contra todos. Siempre diciéndonos que lo apasionante de luchar no es el resultado, sino el esfuerzo. Soñar lo imposible.
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