viernes, 2 de julio de 2021

LOS DESNUDOS Y LOS MUERTOS (1958), de Raoul Walsh

 

La cadena de mando es un instrumento de órdenes y disciplina que debe ejercitarse sólo cuando es necesario y siempre con un componente en el que se haga evidente el respeto. Quizá ya se haya llegado al cansancio de ver a auténticos inútiles en puestos de privilegio que sólo ejercen el poder que tienen para cosas banales, fútiles y estúpidas y, sin embargo, cuando se necesita un auténtico liderazgo pasan de largo porque nunca están, no se les espera y, lo que es aún peor, no se deciden a actuar. Sin embargo, el ejercicio de la cadena de mando tiene otra variable que es aún más incontrolable y es la circunstancia personal del individuo que debe practicarla. Es más que posible que el resentimiento guíe sus pasos y que no acepte el mando de quien más lo merece. También puede que no le importe arriesgar las vidas de quien le sigue porque considera que no es de su incumbencia y lo que realmente desea es que una bala acabe en su propio cuerpo para apagar el dolor que ha tenido que soportar antes de todo el lío del desembarco en playas y emboscadas peligrosas. La desnudez del hombre en el campo de batalla es la que sugiere quién es el verdadero héroe y hasta donde llega su hazaña.

La guerra está ahí, mordiendo y esperando a sus víctimas,  y se trata de conseguir los objetivos con el menor número de bajas posibles. Hay niños y mujeres esperando. Hay pueblos oprimidos. Hay razón en los ataques y justicia en algunos disparos. Pero también hay mucha crueldad innecesaria, saqueos vergonzantes, muertes que se podrían haber evitado. Y ahí también es donde el respeto se pierde y el mando comienza a languidecer. No se trata sólo de mantener las posiciones y alargar la guerra. Se trata de acabar con ella y, para ello, hay que moverse y olvidarse de orgullos heridos, dejarse de detalles que sólo sirven para reafirmar un poder que no se merece y que se incrusta en lo más prescindible, tener conciencia de que, para ganar, hay que perder en muchas ocasiones y poseer la iniciativa y el valor suficiente como para que la razón impere sobre la ira.

Norman Mailer escribió esta novela en 1948 y no se realizó su adaptación al cine hasta diez años después. La razón fue la dificultad de condensar una narración de setecientas veinte páginas y el retraso que se originó cuando Charles Laughton iba a ser el director de la película y, debido al fracaso de La noche del cazador, decidió no dirigir nunca más para el cine. Raoul Walsh se hizo con las riendas y, aunque dista mucho de la complejidad del original literario, llega a hacer una película absorbente, ágil, con interpretaciones interesantes, especialmente de Raymond Massey en la piel de ese general que no sabe y no aprende, o de Aldo Ray como ese sargento incapaz de superar sus propios problemas. También anda por ahí Cliff Robertson como candidato a oficial que siempre cumple con su deber con moderación y raciocinio y una buena compañía de secundarios que sueñan mientras luchan y traspasan las líneas enemigas en misiones de riesgo. Hay mucha humanidad en esta historia y el campo de batalla puede que sea un buen lugar para darse cuenta de que, en medio de las ráfagas de ametralladora, también hay un sitio para preocuparse por los demás y hacer lo correcto. Como ver esta película.

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