Pensemos
durante unos instantes en el prototipo del chico perfecto. Podría ser un chaval
aseado, al que ninguna chica en sus cabales le importaría presentarlo a su
madre. Uno de esos que ha puesto pasión en muchas cosas y no se le ha valorado
en demasiadas. Con talento, eso sí. Dispuesto a ayudar, eso también. Y presto a
sacrificarse por el bien común. Simpático, sin vicios, con cierto pánico a
actuar en público y con alguna que otra carencia afectiva. Ah, y además con una
tía política política.
El caso es que ese
chaval da la casualidad de que es de la pasma. Y, por aquellos caprichos
incomprensibles de la vida, ha puesto al descubierto una de sus habilidades,
como la de tocar el piano como los ángeles. Ya está. Candidato perfecto para
infiltrarse en una banda de música como teclista y sacar a la luz uno de los
secretos mejor guardados de la mafia de las drogas de Cádiz. Ya lo tenemos
todo. Es verdad que es un fulano que no se adapta demasiado bien a los ambientes
en los que se va a mover, pero eso tiene fácil solución. Basta con ser un
panoli. Y, como es buena persona, va a encontrar sus atractivos en una misión
que no le hace ninguna gracia.
Carlos Therón dirige
con su habitual oficio esta película intrascendente, sin grandes aspiraciones,
que contiene momentos que, incluso, pueden rozar la brillantez y que combina
con otros que adolecen de una transición creíble, o largos sin demasiado
sentido. Desaprovecha alguna secuencia que otra, pero se apoya con la justa
falta de pretensiones en situaciones que están bien resueltas. Para ello, no
cabe la menor duda, cuenta con un trabajo estupendo de Julián López en la piel
de ese chico que, en condiciones normales, resulta atractivo e
irremediablemente torpe y, por supuesto, en Natalia de Molina que demuestra,
una vez más, que no hay papel que se le resista. Entre algún que otro
estereotipo y también más de una originalidad, Operación Camarón se deja ver sin demasiadas exigencias. Y no es
poco.
Así que hay que acompañar
a este aventurero de la medianoche que debe apagar su mente y encender su
corazón para llevar a cabo una redada de cierta importancia a ritmo de
flamenco-trap. Todo no deja de ser un remake
españolizado de la película Song´e
Napule, de Antonio y Marco Manetti y, con toda seguridad y sin haber visto
la original, es muy posible que la supere. Al fin y al cabo, Riki Rivera se
encarga de poner una música que, a pesar de todo, es resultona y, de alguna
manera, el espectador no deja de estar al lado de ese chico perfecto que lo
arriesga todo por una misión y, después, por una ilusión. Los seres humanos son
así. Un día estás colocando pruebas en pequeños sobres del registro y, al
siguiente, debes fingir que te mueves como pez en el agua en los ambientes
marginales de las tentaciones del dinero fácil y la corta cultura. Complicado
para alguien que tiene un busto de Beethoven al lado de la bandeja de la cena.
Mientras tanto, le van a caer unas cuentas bacaladas al sujeto, va a meter la
pata hasta el corvejón y defenderá lo más parecido a la amistad que ha sentido
nunca. Lo normal en un poli.
Y es que tener una tía política política hace uno llegue un poco más lejos en todos los sentidos. Si no es en cargos, será en encargos. El zagal vale, pero tienen que dejar que lo demuestre. Ya se sabe. Es el prototipo del chico perfecto.
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