Quizá
Natasha Romanoff se merecía algo mejor. No sólo un drama de desarraigo familiar
mientras la maquinaria soviética engullía toda su voluntad al mismo tiempo que
la adiestraba para ser una guerrera de leyenda. Puede que porque sea única y
esta película nos da a entender que ni mucho menos, que hay un buen puñado de
viudas negras pululando por este mundo, tratando de desestabilizar los
gobiernos, agitar las revoluciones o trabajar por los restos del comunismo más
rancio que trata de hacer que todos sean igual de desgraciados.
Y es que todo se centra
en que la familia de la Viuda Negra no es que sea el mejor dechado de virtudes
que uno pueda imaginar. Todo es una farsa levantada para unos espías durmientes
que, mientras sí o no, debían guardar las apariencias de familia feliz, con
casa y jardín, hamburguesas para cenar y cariñitos por doquier. Todo se resume
en una historia que llega a ser bastante tangencial y, además, bastante
irregular, con parones en la trama, con conversaciones que no llevan a ningún
sitio, con momentos bastante grotescos y alguna que otra secuencia espectacular
resuelta de aquella manera.
Resulta bastante
curioso que parte del atractivo de esta película radique en el duelo interpretativo
entre Scarlett Johansson y Florence Pugh. Es algo bastante baldío porque no
lleva a ningún sitio. En algún momento se espera la sorpresa, pero no aparece.
Todo es rutinario, con bastante acercamientos emocionales que están
rematadamente lejos de lo que se describió en el cómic, a pesar de que Natasha
era más un miembro de “los vengadores” antes que un personaje con entidad
propia. Se cuentan las cosas con desgana, con muchos flecos sueltos, con
algunos extremos que no se han explicado y que convierten a la película en un
producto mediocre, sin gracia, moviéndose siempre un punto por debajo de lo
exigible. Y Natasha vale mucho más.
Así que habrá que estar
muy atentos para ver de dónde salen las motivaciones, porque todas se explican
de segundas, y también habrá que perdonar la degeneración de algunos
personajes, como el que encarna Ray Winstone, malvado entre malvados y
charlatán entre charlatanes. Incluso en algún instante parece apuntarse que
Natasha es un carácter sin futuro y los pequeños descansos de humor son bastante
ingenuos, de covacha y garita, meros chistes que se sostienen por los pelos
pillados por el traje de neopreno. La Viuda Negra era única, sí, y sólo era una
más. Y su hermana se parecía a ella hasta en eso, aunque al ser la pequeña
tiene un complejo sorprendente de falta de cariño, de sensación de confundirse
con el gris de la intriga internacional. Caramba, esa chica de gris tiene poco
y aún así tratan de hacernos creer que necesita mimitos.
Por otro lado, la dirección de Cate Shortland se revela torpe en algunos momentos. Una de las luchas más interesantes, entre las dos hermanas, es imposible de seguir, es como si estuviera cortada entre plano y plano, como si falta continuidad y, sobre todo, claridad narrativa. Cuando se quiere algo espectacular, hay que darle al espectador suficiente campo de visión para que pueda apreciar lo que se supone que es una coreografía de acción muy ensayada. Si no es así, todo se queda en un mero truco para que el público rellene los espacios vacíos que, en este caso, no se pueden imaginar. Es la diferencia entre hacer las cosas bien y dejar que la fantasía ocupe los resquicios. A veces, no es suficiente. Y Natasha Romanoff es una chica que merece mucho la pena. Siempre lo ha sido. Incluso en las situaciones más difíciles.
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